El hombre, es decir, el ser humano, es una criatura arrogante y presumida. Como raza, nos creemos por encima de las demás. Y con derecho de gobernar por y sobre las demás. Incluyéndonos a nosotros mismos. Como si la raza humana no fuera una sola. Y pretendiendo que las diferencias morfológicas y fenotípicas, valga la redundancia, hacen la diferencia. Ignorando que el hombre comparte el 99% de su ADN con el chimpancé, el 98% con el cerdo y el 90% con el ratón.

Tanta es nuestra arrogancia que desde la antigüedad nos creemos similares a los dioses. Incluso superiores a ellos. Es lo que se llama antropocentrismo. O sea, creernos el centro del universo. ¡Literalmente!

Pero, ¿por qué nos creemos el centro del universo?

Por la simple y sencilla razón de que somos la única especie en este Planeta con la capacidad de pensar y razonar.

«Cogito ergo sum», que en español se traduce como «pienso, luego existo». Locución latina del filosófico de René Descartes, la cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental. Y tristemente para otros razonamientos que no hacen más que profundizar el antropocentrismo.

Como lo es el hecho de creer que el universo y la realidad no dependen de Dios, de una Fuerza Creadora, o de una Inteligencia Superior. Como usted quiera llamarlo. Si no de la razón y el pensamiento humano.

En otras palabras, creer que la realidad es como la paradoja del árbol que cae:

«Si un árbol cae dentro de la profundidad del bosque, y nadie está allí para escucharlo, ¿verdaderamente cayó?».

Pues si, verdaderamente cayó, ya que, el hecho de que nadie lo haya escuchado, no quita el hecho de que cayó

Otro ejemplo es el que dio el gran físico Carl Sagan explicando la cuarta dimensión. Y es que, al igual que el terraplano, no pudo explicar a sus compatriotas la 3° dimensión. Simple y sencillamente porque no pertenecía a su plano de realidad.

Nosotros no podemos imaginarnos, tan sólo especular, lo que es y representa una 4° dimensión. Sin embargo, ésta, y posiblemente otras tantas más, existen, tanto física como matemáticamente. Bueno, al menos así lo sugieren la Teoría de las Cuerdas, la Teoría de los Universos Paralelos y otras teorías.

Pero vayamos un poco más allá, pensemos en una realidad alternativa. Pensemos en que la Tierra evadió el asteroide que destruyó a los dinosaurios y estos nunca se extinguieron.

¿Existiríamos en este momento como especie humana?

¿Tan siquiera habríamos podido evolucionar como especie homínida? ¿Habrían evolucionado los dinosaurios? ¿Habrían desarrollado inteligencia y raciocinio?

Planteemos otra posible alternativa: ¿y si otro asteroide de gigantesco tamaño nos impactara en el futuro? ¡Y nos destruyera y extinguiera como raza humana!

¿Evolucionaría otra especie diferente a la nuestra hasta alcanzar inteligencia y raciocinio?

¿Se creería esa especie con el derecho a dominar a las demás como lo hicimos nosotros?

¡Quizás sí, quizás no. Pero, en todo caso lo cierto es que, al igual que con la extinción de los dinosaurios 65 millones de años atrás, el planeta y la vida, encontrarán su camino.

Y, con o sin nosotros, seguirán formando parte de este universo, de la denominada Vía Láctea y del denominado Sistema Solar. Por millones de años más. Porque, el universo y la realidad no dependen de la conciencia o de la existencia humana.

¡Son y existen por sí mismos!