El prestigio alcanzado por los vinos madrileños hace más de quinientos años –ya representado en ilustres citas literarias como las del Arcipreste de Hita en el siglo XV– es retomado ahora, en la primera mitad de la XXI centuria, tras casi tres décadas de “re-impulso” de esta Denominación de Origen, reconocida oficialmente en noviembre de 1990. Un estimulante empujón que no cesa, y al que no paran de sumarse iniciativas; la Feria del Vino de Arganda y la Feria de Huerta y Vino de Villa del Prado, o la Cata Concurso de Vinos Viña De Madrid, la Feria del Vino de Colmenar de Oreja, el Aula del Vino de Navalcarnero...

Los pueblos de Madrid y los alcaldes de sus villas han tenido un papel históricamente distinguido en la promoción y desarrollo de los vinos madrileños de calidad. Un factor etnológico de cosmografía humana y natural al que se unen otras variables de carácter climatológico y relacionadas con las condiciones de las plantas y sus suelos, que han convertido a los viñedos madrileños en enclaves preñados de un impresionante potencial vinícola, germen a su vez de un prometedor recurso turístico cultural y de calidad.

La singularidad de los Vinos de Madrid y la consecuente calidad de sus producciones vitivinícolas en la Denominación componen de este modo un glosario cultural, didáctico y turístico en torno al que se articulan todo tipo de eventos. Viticultura, enología, cata de vinos y maridaje son algo más que meros conceptos teóricos, algo más que simples sesiones prácticas. Componen una completa propuesta formativa. Instituciones como el Consejo Regulador de la D.O. Vinos de Madrid, importantes agrupaciones de profesionales como la Asociación de Enólogos de Madrid y las bodegas de sus villas han recorrido esta breve e infinita comunidad autónoma uniprovincial –osease, provincia– impartiendo un completo curso de actividades que inicia su recorrido en la viticultura, la morfología de la vid y sus variedades; la elaboración y el envejecimiento de los vinos tranquilos; las técnicas de análisis sensorial; catas de complejidad creciente de diferentes tipos de vinos de Madrid... reportando una visión global de la Denominación de Origen, de sus bodegas más importantes y de la capacidad de sus caldos para el maridaje gastronómico, para posicionarse en los restaurantes como elemento indispensable en la labor y buen desempeño profesional del sumiller.

Los pueblos de Madrid ha sido históricamente productores y exportadores de vinos; pero, ante todo, los lugareños madrileños han sabido disfrutar de ellos como algo cotidiano, como parte de un modo de vida ligado a la tierra. Y así puede gozarse hoy gracias a referencias de bodegas como Francisco Casas, Ricardo Benito, Valle Del Sol, Manuel Muñoz o Andrés Díaz (subzona de Navalcarnero): vinos que nacen en campiñas y áreas de vega, cuyos viñedos se sitúan en suelos sedimentarios, aunque de origen silíceo, vinculados a la acción del río Guadarrama, de textura común franco arenosa, con pH ácidos o próximos a la neutralidad (entre 5,5 y 7,5).

Colmenar de Oreja, por su parte, es uno de los enclaves determinantes de la D.O. Vinos de Madrid en la Subzona de Arganda (en la que se encuentran El Regajal, Bodegas Castejón, Solera Bodegas, Señorío de Val Azul, Gosálbez Orti, Tagonius, Bodegas Orusco, Vinos y Aceites Laguna y Vinos Jeromín), al sureste de la provincia. En esta zona geográfica predominan formaciones sedimentarias, con altos contenidos en caliza (carbonatos), así como áreas de margas yesíferas, sosteniendo pHs básicos (entre 7,5 y 8,5). Aquí se encuentran los suelos más fuertes, normalmente con textura franca o franco-arcillosa. Por su parte, el viñedo se sitúa en las vegas y llanuras aluviales de los ríos Jarama, Tajuña y Tajo; en terrazas (rañas) y laderas formadas por la erosión fluvial; y en zonas de páramo. Antonio Benito, Pedro García, Jesús Díaz, Andrés Morate o Julio Herrero Solera son las bodegas de este municipio que, junto al Consejo Regulador, el Ayuntamiento y la Asociación de Empresarios de Colmenar de Oreja y el IMIDRA (Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario), dieron vida a la Feria del Vino Ciudad de Colmenar de Oreja. Magníficos recintos feriales, recreaciones de mercados medievales, muestras de artesanía, degustaciones, actuaciones musicales, concurso de catas... Es decir, el vino se convierte en la excusa perfecta para acercarse a la villa colmenareta, también de gran tradición vinícola como lo demuestran los estudios arqueológicos efectuados en su vega, donde se han descubierto “vicus” y “villas” romanas del siglo II a.C. con lagares donde ya se elaboraba vino; todo ello sin olvidar la reconocida industria local de tinajas de barro para fermentar y conservar vinos, que otorgó desde el siglo XVIII prosperidad y relevancia nacional a la villa durante muchos años.

Y como no hay dos sin tres, citemos a la tercera subzona madrileña reconocida de su DO vinícola: San Martín de Valdeiglesias. Sus parajes acogen unas viñas situadas en laderas y piedemontes de las inmediaciones del sector más oriental de la Sierra de Gredos, así como en las llanuras aluviales del río Alberche, cuyos suelos son de carácter eminentemente granítico, también con gneises y rocas filonianas. Los pHs son ácidos o neutros (entre 5,5 y 7,5), con ausencia total de carbonatos y con una textura franco-arenosa predominante. Bodega Ecológica Luis Saavedra, Bodegas Bernabeleva, Bodegas Nueva Valverde y Viñedos de San Martín, Valleyglesias y D. Álvaro de Luna, son asiduamente reseñadas como las bodegas del municipio y del entorno, liderando una actuación de vitivinicultura responsable, con modernas técnicas enológicas y comprometida con un respeto por el medio ambiente total. En cualquier caso, al tiempo recogen la misma esencia histórica del resto de entidades vinícolas madrileñas, puesto que las primeras informaciones documentadas de la existencia de vino en la Comunidad de Madrid, datadas en el siglo XIII, proceden precisamente de esta zona: una disputa en Pelayos de la Presa por la posesión de un viñedo entre los monjes y el señor feudal, que fue resuelta por el arbitraje del rey. Aquí se ha asentado con un éxito creciente de asistencia con cada nueva edición la prueba de mountain bike 'Ruta de los Vinos'. Miles de personas, entre ciclistas y acompañantes, dan testimonio de la importancia turística del evento. Con el pretexto perfecto del vino de la tierra para organizar el recorrido, esta prueba ofrece diferentes itinerarios en los que se puede disfrutar de una naturaleza privilegiada.

La transición al nuevo vino de Madrid

A partir del siglo XIII, los Vinos de Tierra de Madrid fueron adquiriendo enjundia, gracias, a su vez, como decíamos al principio –y en cierto modo como ocurre hoy en día– a la actuación decidida de los Concejos, las corporaciones de la época que explotaban sus propias viñas, generando riqueza para sus respectivos pueblos. Mientras, en la ciudad “castellana” de Madrid, las huestes oficiales municipales llamados “viñaderos” se encargaban de la guarda y custodia de sus viñas. De este modo, la gran reputación de los caldos madrileños alumbra al siglo XV para los grandes amantes del vino de la época y durante muchos siglos en adelante; esto es, literatos de talla, gente de buen vivir y mejor escribir como Jorge Manrique, Francisco de Rojas, Miguel de Cervantes, Juan Ruiz de Alarcón y Lope de Vega entre otros.

La historia del nuevo vino de Madrid –tras el paréntesis casi obligado en toda España por la plaga de la filoxera a principios de siglo XX– se reinicia en el año 1984, con el reconocimiento de la Denominación Específica Vinos de Madrid. Dos años más tarde, en marzo de 1986, el Ministerio de Agricultura aprueba la Denominación Específica Vinos de Madrid. Definitivamente, la Denominación de Origen Vinos de Madrid queda reconocida con todos los parabienes oficiales en noviembre de 1990. El Sistema Central, la meseta alcarreña, los ríos Tajo, Alberche, Guadarrama, Manzanares, Jarama, Henares y Tajuña, configuran los principales atributos geográficos y climatológicos que determinarán las cualidades distintivas de los diferentes vinos de las tres subzonas principales: San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero y Arganda.

Este renacimiento está viéndose asentado en una actuación promocional específica en los mercados internacionales, gracias a la colaboración del Consejo Regulador y de la Comunidad de Madrid a través de la empresa pública PromoMadrid, creada en 2004. Así, las bodegas madrileñas enfocan el presente y futuro con el claro objetivo de su internacionalización; actuación en la que incide la organización de presentaciones especiales de sus vinos.

Genéricamente, sus viñedos, cultivados tradicionalmente en vaso y con escaso tratamiento fitosanitario, se caracterizan por situarse en altitudes entre 480 y 1.000 metros sobre el nivel del mar, escudados por un clima mediterráneo continental con muchas horas de sol al año (entre 2.300 y 2.800), si bien que marcado por el diferente nivel de precipitaciones en cada una de las comarcas vitícolas. La subzona más seca y calurosa (también la más fría: oscila desde los 40ºC de temperatura máxima hasta los -17ºC de mínima) es Arganda; y San Martín la más lluviosa, seguida de Navalcarnero. Todos estos factores conceden unas peculiaridades a sus viñedos, cuyos rendimientos inciden en la calidad ya que suelen tener una producción media baja, en torno a 3.000 kg/ha. Los vinos resultantes poseen una graduación alcohólica alta (14º los tintos y 12,5º los blancos), y una acidez media-baja.

Tintos, blancos, rosados, sobremadre

Los vinos tintos presentan como rasgos característicos las grandes diferencias gustativas entre las garnachas de San Martín o Navalcarnero y los tempranillos de Arganda. Frescos, afresados y con recuerdos a hinojo y sotobosque, los primeros; contundentes concentraciones de fruta roja, largos y persistentes los segundos. Además destacan los modernos ensamblages de uva tradicional con Cabernet Sauvignon, Merlot y Syrah de algunos de sus vinos sobre todo en Navalcarnero y Arganda.

Los vinos blancos tienen como rasgo de identidad la gran diferencia organoléptica. Los de uva autóctona Malvar, mayoritarios de Arganda y Navalcarnero, cuya virtud es su sencillez y amabilidad, no por ello poco frescos y sabrosos, aromáticamente frutales, de fruta madura, limpios y sencillos, se contraponen así a los de uva Albillo, tradicional en San Martín, a medio camino entre la fruta blanca y los matices florales pero con una boca muy sabrosa e intensa y aterciopelada, siendo los recuerdos amielados los más característicos.

Los vinos rosados se muestran de atractivo color rosa, tonalidad fresa, frambuesa o salmón, con destellos anaranjados en caldos de más de dos años o sometidos a envejecimiento. En nariz despliegan un aroma franco, de carácter frutal, floral y vegetal, con notas de fruta roja y negra. Son frescos en boca, ligeramente ácidos, untuosos, con una sutil tanicidad y persistencia media. Todos estos matices, como es obvio, varían en función de cada referencia y de la singularidad varietal específica de cada subzona. Por cierto, que además de las variedades principales indicadas, también están autorizadas en todos los casos las uvas blancas Airén, Viura, Torrontés, Parellada y Moscatel de grano menudo, más las tintas Merlot, Cabernet Sauvignon y Syrah.

Tampoco debemos olvidarnos de otro tipo de vino específico de esta Denominación de Origen que recoge en su elaboración todo el encanto de las prácticas más tradicionales y artesanas. Son los denominados vinos “sobremadre”, que se embotellan con ausencia de trasiegos, después de permanecer en contacto con las “madres” (uva estrujada y despalillada) durante todo el proceso de vinificación. Por eso mismo, tanto blancos como tintos, como consecuencia de su elaboración especial, contienen naturalmente gas carbónico de origen endógeno, procedente de la propia fermentación de los mostos con sus madres. Frescos, frutales y untuosos, la personalidad aromática microbiológica típica de sus levaduras despliega todo su encanto en el caso de los espumosos, en los que aparece su agraciada burbuja fina, abundante y persistente, que realza un paso por boca punzante, chispeante y de grata cremosidad.