En una colorida lámina de cobre está pintada, con esmero y minucia, uno de los testimonios visuales más elocuentes de la proclamación pontificia del patronato de la Virgen de Guadalupe sobre la Nueva España. En ella queda el registro histórico de un evento que tuvo lugar en la Santa Sede en 1754. Es una abigarrada composición que evoca el momento en que el sacerdote jesuita, padre procurador de la causa, Juan Francisco López, se presenta ante el solio papal mostrando al pontífice Benedicto XIV una copia de la imagen guadalupana. Es el testimonio de la aprobación de la imagen del Tepeyac y la representación del Zodiaco Mariano.

El Zodiaco Mariano es mucho más que una pieza de arte, es una obra pictórica ligada íntimamente a la vida de los retratados y es una declaración de principios. Es un mosaico de cultos preferentes, ya políticos, ya intelectuales y una suerte de manifiesto de intereses nacionalistas y abiertamente protonacionalistas del siglo XVIII en la Nueva España. Es un manifiesto de identidad.

A simple vista, el Zodiaco Mariano parece una pintura más de la época de la colonia en México. Pero una mirada atenta descubrirá que va punteado por signos muy personales de procedencia local, que rodean al marco de gloria hecho para el Sol de la Mañana, representado en la Virgen de Guadalupe entronizada. En una primera lectura vemos lo que a los ojos del artista es el verdadero retrato de María Santísima, confirmada por la descripción de Juan de Patmos, manifestada como la mujer del Apocalipsis. Sin embargo, esta colorida lámina de cobre nos da mucha información de lo que sucedía en la Nueva España en términos de división de poder, de clases sociales, de devociones y subordinaciones. También refleja el despertar de la identidad de una nación.

La posición central la ocupa la figura del ayate sagrado y a su alrededor, como en coro de alabanza, la condición arquetípica de la Virgen de Guadalupe, dulce y santa madre. En términos de tradición visual, no se puede negar su arcaísmo y su aparente disfuncionalidad del formato narrativo. Pero es al mismo tiempo un tesoro, gracias a la multiplicidad de advocaciones marianas. Cada medallón que rodea la figura de Guadalupe conforma un singular fenómeno que se conoce como el Zodiaco Mariano, epilogo sublime de la tradición iconográfica que evoca lejanos ritos y nos interpreta el imaginario y la fe que despierta la imagen del Tepeyac.

Guadalupe es el centro. La imagen pende de lo alto, sostenida por un par de ángeles que dan testimonio de la gracia y majestad de la guadalupana por sobre los presentes. Para que no haya dudas, el Santo Padre entrega un folio con la bula que lleva la inscripción "Patrona Novohispanice" al padre López, que se encuentra de rodillas, ataviado en la sotana negra propia de su congregación, la Compañía de Jesús.

Detrás del arrodillado, aparecen cuatro figuras relevantes, una con el hábito franciscano, que representa a Fray Juan de Zumarraga, y, en envestiduras cardenalicias, los arzobispos de México: Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, Manuel Rubio y Salinas y el bibliófilo criollo Juan Gómez de Parada, obispo de Guadalajara. Estos cuatro prelados quedan en un segundo plano de la obra y es importante notar que están de pie, marcando una seña de autoridad y jerarquía.

En cambio, de rodillas, frente al Papa, pero en eterna adoración a la Virgen de Guadalupe, está la representación del indio Juan Diego, a quien se le apareció la madre de Jesucristo. La inclusión del indio en una escena protocolaria de tan alto nivel eclesiástico resulta inusitada y a la vez simbólica. De todos, la Virgen eligió al más pequeño para ser su emisario. Así se conforma la simbología pentática de los cinco Juanes adoradores de la guadalupana: el jesuita, los purpurados y el indígena.

Alrededor del lienzo que representa a la Virgen de Guadalupe se encuentran diez medallones que representan diferentes advocaciones de la Virgen María. Están la Virgen del Refugio, de Loreto, del Carmen, del Socorro, de la Concepción, de la Luz, de la Misericordia, de los Remedios, del Rosario y de Soterraña. Aunque todas son representaciones de la misma madre de Dios, cada una tiene su simbología y su razón de ser.

La Virgen del Refugio fue el estandarte de avanzada en el territorio de misiones que salió desde Italia, cruzó territorio europeo hasta llegar a España y llegó a la Nueva España en 1719. Fue coronada como reina de la Compañía Frascati. Esta imagen estaba íntimamente ligada con los mecenas de la intelectualidad colonial.

La Virgen de Loreto es conocida como la Virgen de la Casita. Es una imagen que representa el cobijo y la protección mariana. Fue difundida y arropada por la orden franciscana y, por ello, llevada a todas las provincias del septentrión novohispano. Fue una imagen muy socorrida para fines misionales y para la fundación de colegios para familias criollas. Gozaba de la primicia de la Casa de Santa Italia y fue una imagen puente entre indígenas y españoles, ya que era una imagen milagrosa y de salud.

La Virgen del Carmen es la representación de la potestad que auxilia en el momento de la muerte. Fue venerada y difundida por la orden de madres teresianas, aunque era patrona directa de dominicos y carmelitas. Esta virgen era favorita en los camerines y tabernáculos de las capillas de los criollos y nobles de la sociedad novohispana. Era la representación tanto del Arca de la Alianza como de la puerta de Dios desde el Antiguo Testamento.

La Virgen del Socorro, cuya devoción fue propagada también por las madres teresianas, era una de las imágenes de mayor popularidad en la Nueva España, tanto en casas como en templos. Sin embargo, su representación también se encontraba en los recintos conventuales de carmelitas y dominicos.

La Virgen de la Concepción fue conocida como el antídoto contra todo mal, cuya imagen fue confirmada como poderosa y milagrosa y con fuerza extraordinaria para alejar el mal.

La Virgen de la Luz es producto de la devoción del jesuitismo misional cuya veneración llega hasta nuestros días. Es la efigie de la evangelización que acompañó al padre Genovesi en la reconversión de Italia y llegó a la Ciudad de Guanajuato para anunciar los presagios de la época. Esta imagen, que representa a la Virgen María cargando al Niño Jesús en un brazo y rescatando de las fauces del Leviatán un alma, causó controversia y escándalo en el propio Papa, que interpretaba la imagen como de ostentación de poder y no de intercesión. Sin embargo la devoción se extendió a pesar del recelo papal y por ello llama la atención que sea el medallón que aparece a los pies del pontífice. Parece un discreta provocación que el artista hace a la autoridad papal.

La Virgen de la Misericordia era una virgen popularmente representada en tallas o bultos de culto exclusivo de las monjas capuchinas y Cabrera tuvo la autorización de pintar la Vera efigie. Aparece con las manos abiertas y los brazos extendidos para destacar su título de madre protectora que acoge a los hombres sin distingo de posición

La Virgen de los Remedios es una imagen muy vinculada a la historia mexicana, ya que con la peste del matlazáhuatl esta imagen fue la segunda invocación más popular y fue sacada en procesión hasta el altar mayor de la Catedral Metropolitana para ser intercesora de la salud.

La Virgen del Rosario es una reina que sienta en su regazo a Jesús niño y entre ambos extienden la serie de cuentas y misterios. Ella toma la cruz en sus manos y el pequeño sostiene en la mano derecha el rosario y en la izquierda el signo de su martirio.

La Virgen de Soterraña, devoción original de Nieva (Segovia) fue adoptada en la cripta de San Vicente de Ávila y, dada su popularidad entre la población peninsular, logró gran relevancia en el territorio de Nueva España. Era patrona de oriundez social y de la intelectualidad. Era frecuente encontrarla en las casas capitulares o de las diputaciones de la Ciudad de México.

El Zodiaco Mariano es un mensaje lleno de intencionalidad y de ambigüedad. Es el depósito de la necesidad de edificar memoria y de dejar registro de uno de los acontecimientos de mayor relevancia para la vida de la Nueva España. En ella se inmortaliza uno de los eventos de mayor trascendencia de la vida colonial, el nacimiento de una identidad que germinaría con los años en una Nación independiente.