Walking lines reúne el trabajo de Diego Miccige, Tamika Rivera, Beatriz Morales y Josefina Concha E., cuatro artistas Latinx y latinoamericanos que abordan la práctica textil como un gesto dinámico y corporal. En sus manos, cuerdas e hilos se convierten en un camino: recorrido, repetido, interrumpido y reimaginado a través del material, el proceso y la experiencia. Ya sea perforados en papel, anudados en fibra, teñidos en tela o cosidos en pliegues escultóricos, estas líneas tejen narrativas que son a la vez personales y colectivas, táctiles y simbólicas. Enraizadas en diversas historias culturales y técnicas, sus obras exploran cómo las tradiciones son transportadas, transformadas y hechas presentes a través del acto de la creación. En este contexto, la línea no es solo un elemento visual, sino un registro material del movimiento, el trabajo y la memoria.
Las piezas de Diego Miccige toman forma a partir de una base estructurada y programática—rejillas meticulosamente perforadas en papel—que gradualmente se abre a un campo sensible y perceptual modelado por la luz, la línea y el color. Basándose en la extensa historia de las tradiciones textiles—particularmente aquellas enraizadas en las cosmovisiones andinas precolombinas—Miccige imagina la rejilla como un marco conceptual y un dispositivo generativo. Sus obras exploran el textil no solo como una práctica material, sino como una arquitectura simbólica de conexión, continuidad y equilibrio. En la serie Minimal variations y Sacred of Huiracocha presentadas en la exposición, sutiles variaciones cromáticas y formas geométricas se desarrollan a través de la superficie, donde la luz se captura delicadamente en micro-reflexiones que resuenan como un cuántico de energía. A veces, los trabajos recuerdan placas madre de computadoras o diagramas esquemáticos, organizando la geometría y el espacio en sistemas dinámicos de progreso y tensión, donde incluso las áreas en blanco parecen cargadas magnéticamente. Sin embargo, a pesar de su precisión, las obras de Miccige se oponen a la frialdad de la racionalidad. El enfoque del artista está basado en la percepción presente, la espiritualidad y la transformación. Las construcciones modulares, bordadas y topográficas evocan tanto las antiguas cosmovisiones como los sistemas de mapeo—desde las líneas de Nazca hasta las prácticas textiles—mientras se vinculan con las redes contemporáneas y las arquitecturas del ser que son, a la vez, sistémicas y profundamente encarnadas.
Partiendo de esta interacción entre el conocimiento ancestral y la experiencia contemporánea, la serie Warikè, Hekiti Warikè cuyo de Tamika Rivera emerge como una exploración del cuidado, la interconexión y los lazos espirituales y sociales que nos unen como seres vivos dentro de un cuerpo colectivo. Reflexionando sobre la identidad—empezando con su propia ascendencia Taíno e historia caribeña diaspórica—Rivera problematiza la weaponización contemporánea de la identidad, utilizada como fuente de división. En su obra, sin embargo, la identidad se expande como un espacio de diferencia que sostiene el potencial de unidad. A través de estructuras anudadas, entrelazadas y cosidas, construye morfologías que evocan tanto cuerpos humanos como sociales: ensamblajes creados no a través de la separación, sino mediante el apoyo mutuo. Cada una de las tres obras presentadas en la exposición sugiere la presencia de partes individuales, distintas pero funcionalmente conectadas, como órganos dentro de un sistema vivo. Aluden a un corazón, una piel y un amuleto—símbolos del pulso, la estructura y la protección. Juntas, actúan como cinturones vitales de la vida: desde el latido hasta el escudo, sostenidos por el amuleto que lleva una promesa espiritual de cuidado. La obra de Rivera resiste la constricción y los límites fijos, proponiendo en cambio un modelo de identidad basado en el crecimiento, la expansión y la conexión—alcanzando todos los lugares de donde venimos y todas las partes que nos hacen completos.
La interrelación, la tradición y la materialidad también están presentes en la investigación de Beatriz Morales. En la serie Tecuani—una palabra náhuatl que significa ‘bestia’, ‘devorador de hombres’, ‘jaguar’ o ‘animal indomesticado’—trabaja con fibra de agave, un material sagrado en el México prehispánico y central en las cosmovisiones indígenas. A partir del mundo vegetal, Morales incorpora fibra cruda en su trabajo para crear texturas que recuerdan el pelaje de animales o el cabello humano. Al involucrar la imprevisibilidad orgánica de la fibra, pone en primer plano su carácter ancestral y su resistencia al control total. El color se introduce mediante tintes naturales—como el naranja extraído del palo de Brasil y los tonos profundos obtenidos de mezclas de granada y campeche—enraizando aún más la obra en procesos moldeados por cosechas, agua y los ritmos de la naturaleza. En su trabajo, el bordado y el gesto coexisten: delicadas puntadas blancas forman marcas lineales y puntos dispersos, mientras que amplias áreas de tela—cosidas, superpuestas y texturizadas—generan una superficie pictórica. A veces, la composición recuerda paisajes cósmicos, con galaxias en movimiento, desplegándose a través de sombras y luces. La obra se anima por los contrastes—entre el caos y el orden, lo artesanal e industrial, lo crudo y lo refinado—desplegándose en múltiples escalas, donde detalles minuciosos y controlados emergen dentro de vastos campos de fibra y color.
Situada entre la imprevisibilidad orgánica y la repetición estructurada, la serie Sempiterno [Everlasting] de Josefina Concha E. se desarrolla a partir de la interacción entre la sistematización racional y los resultados inesperados. Concha trabaja con lienzo de algodón, cosiendo gruesos zigzags, amplias puntadas dispuestas una línea al lado de la otra, forzando la superficie a pliegues y dobleces mediante la acumulación. Las piezas resultantes, textiles hipnóticos y pesados con formas circulares, no se muestran planas contra la pared, sino que emergen como formas escultóricas irregulares que se extienden más allá de las esquinas y bordes de la galería, invadiendo el espacio del espectador. Las líneas concéntricas de estas obras recuerdan tanto los anillos expuestos en un tronco de árbol cortado como las formaciones estratificadas de rocas cristalizadas, llenando la sala con una sensación silenciosa de la vida interior de la naturaleza y la intimidad estratificada. Evocando patrones geológicos y topográficos, el trabajo de Concha utiliza la repetición como estructura y ritmo—visible en los puntajes cruzados y las líneas circulares que guían sutilmente la vista y el cuerpo del espectador a través de su movimiento.
Juntos, los artistas de Walking lines exploran temas de desplazamiento, percepción cultural y las complejidades superpuestas de la identidad, empleando diversos y meticulosos procesos textiles que infunden cada obra con tiempo e intención. Gestos modulares, bordados, tejidos y cosidos dentro de sus obras negocian la línea entre la tradición y su replanteamiento a través de la experiencia personal. Diego Miccige, Tamika Rivera, Beatriz Morales y Josefina Concha presentan sistemas estéticos caracterizados por el crecimiento y la expansión. Su lenguaje visual combina materiales y técnicas tradicionales con representaciones abstractas de narrativas personales, revelando cómo los viajes que hemos recorrido y los caminos que elegimos finalmente configuran nuestras identidades.
(Texto por Laura Hakel)