Hace unas semanas atrás, me enviaban por LinkedIn la publicación de una persona que se hacía llamar a sí misma «Ingeniero Terapeuta del futuro», anunciando la creación de una IA que prometía ofrecer atención psicológica. Su creación, según su relato, nacía inspirada en su propia experiencia personal con un psicólogo quien le anunció un futuro no muy prometedor para sí misma. Su solución ante esto fue reemplazar al psicólogo humano por IA.

Soy de las que cree en la necesidad de buscar la forma de utilizar la tecnología a favor de lo humano, pero a mi parecer, esto que les comparto es opuesto a este objetivo. Una IA te puede hacer sentir genial, pero te mantiene el síntoma, por algo aquí no hablamos de otro humano que ayuda a generar un espacio terapéutico que repare el daño que a este emprendedor le causaron con esa afirmación, si no del reemplazo de este por una tecnología. Si queremos ayudar a la salud mental, si sabemos que la misma depende del vínculo, la función es conectar o facilitar la conexión, no desconectar más de lo humano. Si dejamos que esta experiencia íntima sea con una máquina, estamos dejando que el síntoma se haga cuerpo en vez de atacar lo que nos está llevando a este tipo de «innovaciones» que buscan reemplazar en este caso a un profesional de la psicología.

Ojalá la mente humana fuera tan sencilla, y el vínculo fuera una cosa de algoritmos, pero nada más lejano a eso si hablamos de desarrollo en la salud, en la complejidad y en la importancia de un ambiente que nutra al sujeto. Junto a ello, este tipo de innovaciones conlleva otro riesgo, cuando considero que un principio ético en mi disciplina es la confidencialidad, en este sentido, me pregunto: ¿hasta qué punto compartir información sensible con algoritmos no rompe ese principio básico? . Junto a lo anterior , aparece otro riesgo, cuando consideramos que quienes están detrás son empresas que pueden no tener formación vinculada a la salud y cuya data no necesariamente puede ser usada para ayudar al ser humano.

Soy de la idea que no todo puede ser campo de innovación y en el caso de la salud mental el límite debe ser claro porque la salud mental no es un campo de experimentación ni se debería permitir que cualquiera se pueda definir como terapeuta, como el caso de la innovación que me llevó a escribir el comienzo de este artículo, donde hay otro que se autodefine como «Ingeniero terapeuta del futuro».

Desde estos lugares, el futuro suena poco humano, en un momento en que lo que más necesitamos es tacto, movimiento, calor y cercanía humana que facilite la comunicación, la generación de redes de apoyo porque la base de nuestro desarrollo tiene que ver con otros, con ver, con sentir, con conectar con el otro. Es justo ahora cuando nuestros emprendimientos a favor de lo humano tienen que dar el salto a reforzar el cara a cara en nuestras interacciones sociales, reconociendo nuestra interdependencia, utilizando lo digital para volver a la realidad.

Me detengo a mirar el post del emprendedor, y no me es llamativo que, al mirarlo, vea que su idea es aplaudida mayoritariamente por gente cuya formación está más vinculada a áreas comerciales y de programación, e incluso de RRHH; profesiones vinculadas a los números y que por años normalizaron que lo humano fuera considerado un recurso y ellos tratados como tal.

Entre las razones que valoran esta innovación está el que la salud mental podría llegar a más gente, esto da cuenta de un problema real, muy visibilizado, sobre las dificultades para acceder a la salud mental en Chile y en muchos países. Un problema de salud pública que sigue siendo ignorado desde una visión limitada de lo que significa la salud mental y que algunos aspectos deberían prevenirse. Por otro lado, valoran el que de forma fácil encuentren a alguien con quien conversar, para mi con ello se está dando cuenta de las dificultades para conectar con otro o incluso de la dificultad de encontrar psicólogos de calidad, pero ¿es esta la solución? . Para mí no, porque acentúa el síntoma en vez de ir a las raíces del problema. La deshumanización provocada por el mismo sistema.

No es que deseche la tecnología, desecho la forma en que la misma se está planteando sin considerar un punto de partida de la salud en lo humano, al no reconocer su naturaleza biopsicosocial ni los impactos que el entorno está teniendo en la misma con respecto a los efectos ya comprobados producto de la vulnerabilización. Digamos que se está abriendo un gran negocio basado en nuestro sistema dopaminérgico y que genera adicción, casi sin reglas; es la nueva nicotina de nuestra era, y me pregunto si eso es lo que queremos.

Existe tecnología podría utilizarse de forma responsable en el ámbito de la salud, en el caso de personas con inmovilidad o movilidad reducida; en el caso de la RV o Metaverso, o incluso como una herramienta que facilite la desensibilización sistemática para casos de fobias, o en la ansiedad social, que nos prepare para salir al mundo, siempre con la intervención de un psicólogo, pero no lo veo como camino de vida… porque esto es una invitación a la alienación.

En este sentido, hoy veo como muchas personas con dificultades en su capacidad de vinculación y manejo emocional, que forman parte del mundo de la tecnología, parecieran estar buscando formar el mundo a su imagen y semejanza. Un ejemplo claro es Mark Zuckerberg, quien primero por sus dificultades a nivel de habilidades sociales crea la red social Facebook y hoy dice intentar facilitar nuestra vida por medio de lentes de Realidad Virtual con los que literalmente no te hace falta hablar con nadie, porque te responden todo. Ahora, la pregunta es, ¿queremos ver y vivir el mundo como Zuckerberg? Yo elijo ver la realidad con mis propios ojos e interactuar con otros cara a cara.

Pienso en la publicidad de estos lentes que te dicen todo sobre el entorno en el que estás y recuerdo que siendo inmigrante 13 años de mi vida y además viajando, lo que me encanta es justamente es hablar, compartir, vincularme, conocer una cultura desde los relatos, poder comentar con la abuela que está junto a mí y preguntarle acerca de su país, o estar un ratito con el tipo del metro que explica cómo llegar a un lugar, o la chica del café que me cuenta su experiencia como estudiante en París; y eso, todo eso, necesita solo un «hola», y una sonrisa.

Podría decirles que, aunque me encanta el potencial que tiene la tecnología, soy consciente de sus riesgos y tengo clara la urgencia de reglas que no atrofien las capacidades que nos han llevado hasta este punto.

La propuesta de una parte del área tecnológica pareciera ser «Lo humano simulado en un mundo simulado» como realidad. Sin embargo, se trata de innovaciones que a mi parecer nombran el talón de Aquiles de sus creadores y su síntoma, al enunciar una búsqueda de control que pareciera encapsular la vida en una película, más que redescubrir nuestra naturaleza biopsicosocial y lo que la misma demanda.