Una de las obras maestras del ballet blanc es la historia de Giselle, una frágil campesina que, además, se ve arrebatada por la irracionalidad del amor y la compasión incondicional, mostrándonos diversos ejemplos del ideal femenino del romanticismo.

Nos remonta a una aldea medieval en donde el cazador Hilarión ama a la delicada e inocente Giselle, y tiembla de celos por Loys, cuyo semblante de pueblerino esconde, en realidad, al duque Albrecht, quien aparece en escena para encontrarse con Giselle luego de haber ocultado su espada y a su escudero en el bosque. Después de que la joven corresponde con furor al tierno galanteo del aristócrata disfrazado de plebeyo, este jura amarla; e Hilarión hace lo propio, pero Giselle lo rechaza y el hombre promete venganza.

Inician las fiestas campesinas de la cosecha y la protagonista se une a ellas con entusiasmo, pero temiendo a la reacción de su madre, ya que desde niña Giselle había tenido una salud muy débil. Mientras la danza ocupa su lugar en la celebración, se cuenta la leyenda de las Willis, doncellas que murieron antes de casarse y fueron convertidas en espíritus blancos condenados a vagar bajo el claro de Luna.

La celebración se interrumpe para recibir a un príncipe y su hija, quien resulta ser la verdadera prometida de Albrecht, desenmascarado por Hilarión. Ante el engaño, Giselle cae en la locura y enloquece iniciando pasos de danza entre los afligidos presentes para, finalmente, morir en brazos de su madre frente al atónito y desesperado duque.

Una vez que Hilarión acude al bosque nocturno para visitar la tumba de su amada, es sorprendido por la llegada de las Willis, quienes, cada noche, llevan a cabo rituales de venganza, siendo Hilarión su primera víctima en esa oportunidad. Posteriormente, es Albrecht quien se acerca, buscando la tumba de Giselle para suplicar su perdón; pero, aunque su fantasma se hace visible, conmovido por el arrepentimiento de su amado, ya es tarde y las Willis lo atraen hasta su presencia, donde pretenden quitarle la vida haciéndole bailar sin piedad.

No obstante, la fuerza del amor que Giselle siente en su interior salva a Albrecht, debido a que le da su aliento y le hace resistir vivo hasta la llegada del alba, momento en el cual las Willis desaparecen y ella se despide de su amado para siempre. A pesar de que el duque trata de retenerla, ella tiene que seguir su destino envuelta en esa maldición, provocada por el engaño y la traición del hombre.

Interpretado por primera vez el 28 de junio de 1841, por el Ballet du Théâtre de l'Académie Royale de Musique en el Salle Le Peletier –París, Francia–, Giselle está formado por dos actos musicalizados con notas de Adolphe Adam, coreografiados por Jules Perrot y Jean Coralli, y escritos por Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, basado en la obra De l'Allemagne (1835) de Heinrich Heine, uno de los más destacados poetas y ensayistas alemanes del siglo XIX.

El personaje principal de este espectáculo es uno de los roles más icónicos del ballet romántico, siendo interpretado por grandes bailarinas del siglo XX como Anna Pávlova, Galina Ulánova, Margot Fonteyn, Alicia Alonso, Alessandra Ferri, entre otras. Por su parte, el protagónico de Albrecht ha pasado por figuras como Vaslav Nijinsky, Mijaíl Barýshnikov, Rudolf Nureyev, Julio Bocca, Roberto Bolle y demás.

En Giselle, se hace presente el modelo de la mujer del romanticismo, aquella dama inocente y sumisa que tiene como objetivo vital dedicarse a las tareas domésticas; pero también se personifica a la doncella aguerrida que ama con pasión e irracionalidad, desembocando en el delirio. Todo esto, en un contexto que expone un concepto amoroso envuelto en la idealización, ya que Giselle sigue amando después de la muerte, más allá de la traición, generando un contraste con la fémina fatal y vengativa que se simboliza mediante las Willis.

Bien sabido es que el rol femenino que predomina actualmente es producto de la suma de todos los cambios y los avances que le antecedieron a lo largo del tiempo. Para recordar este y otros contrastes, siempre podremos recurrir a las historias trascendentales que hoy conocemos como clásicos del arte.