Traralgon, un raro nombre en verdad, para una pequeña ciudad situada en el valle de Latrobe, en la región de Gippsland, del estado de Victoria en Australia. Aunque el origen de esa denominación no está suficientemente claro; parece que deriva de dos palabras del idioma de los nativos originales de ese lugar. «Tarra» en primer término que significa río y «algon» que quiere decir «pescadito».

Traralgon a fines del siglo XIX, había crecido, al igual que los lugares cercanos, como consecuencia del descubrimiento de oro y de numerosas minas de carbón, habiendo atraído a numerosos inmigrantes de diferentes partes del mundo entero. Su elegante edificio de correos había sido inaugurado en 1887 y no tardaría el valle de Latrobe en convertirse en la mayor fuente de energía del estado Victoria. La cercana Melbourne ya se estaba convirtiendo en una verdadera metrópoli, que competiría con Sídney, por ser la principal ciudad de Australia. Eran tiempos de cambio mundial y del despertar de gigantes.

Un 3 de septiembre de 1899, pocos meses antes de un cambio de siglo, nació en Traralgon un niño que con el tiempo se convertiría en el más reputado científico de toda Australia. Era el segundo hijo, de los siete que tendrían un gerente de banco, nacido en Escocia, de nombre Frank Burnet y Hadassah McKay, una australiana de nacimiento, también de raíces escocesas. El Mac se le agregaría después a su nombre, quizás para diferenciarlo del de su padre. El niño, demostraría muy precozmente una pasión por la lectura y por el estudio de los animales más pequeños de su patria natal. Frank Macfarlane Burnet terminaría la primaria en la ciudad en que nació, sin dificultad alguna, dando clara señales de su inteligencia superior (Australian Dictionary of Biography. Nossal, J. V.).

Posteriormente el joven continuó estudios en el colegio de Geelong, gracias a sus buenas calificaciones, que le permitieron siempre ser becado, los que culminó con éxito, a pesar de que sus recuerdos sobre esa época no fueron muy felices. Por sus reiteradas buenas notas, obtuvo una beca para asistir al Colegio Ormond, de la universidad de Melbourne, graduándose de médico en 1924. Previamente asistió al Instituto Walter y Eliza Hall de la misma universidad, en donde realizó investigaciones sobre la reacción de aglutininas en la fiebre tifoidea. Entre los años 1923 y 1924 fue residente de patología en el Hospital de Melbourne. La práctica clínica le atrajo y por un momento estuvo tentado a dedicarse a la neurología, pero algunos de sus profesores lo convencieron que su futuro estaba en la práctica de laboratorio. Y les hizo caso, afortunadamente.

En 1926 ganó la beca Beit, para realizar investigación médica en el Instituto Lister de medicina preventiva de la universidad de Londres, dado que por costumbre un novel investigador australiano, requería para completar su formación realizar pasantías en el exterior. Luego de ampliar conocimiento en Inglaterra, regresó a su lar nativo en Melbourne, siendo asistente del director del Instituto Hall. Desde Londres se le solicitó que aceptara un cargo fijo en un centro de investigación reconocido mundialmente, pero no aceptó. No sería la última vez que recibiera pedidos de trabajar en el exterior en instituciones científicas de gran relevancia, como la Universidad de Harvard, pero siempre prefirió trabajar en ambientes más modestos como los que le ofrecía su amada Australia.

Un punto importante en la ascendente carrera de Macfarlane Burnet ocurrió cuando Sir Henry Dale, director del Instituto Nacional de Investigación Médica de Londres, le ofreció una beca de dos años, para que durante 1932-33 se dedicara a trabajar sobre virus, un campo apenas naciente, pero que demostraba tener mucho interés en algunos investigadores y centros científicos. Esa estadía de trabajo y aprendizaje en Londres marcó su vida, puesto que los próximos veinticinco años de su vida, los dedicaría al estudio de los virus. Al término de su beca, Dale le ofreció trabajo fijo en su instituto, al apreciar las grandes condiciones de investigador que tenía el joven australiano, pero este decidió nuevamente volver a su querido laboratorio Hall.

Finalizando la Segunda Guerra Mundial, quedó vacante el cargo de director del Instituto Hall y aunque la Universidad de Harvard le ofreció un cargo de profesor investigador muy apetecido, Burnet optó por concursar para dirigir su vieja institución. Ganó el puesto y además se le concedió ser profesor de medicina experimental en la Universidad de Melbourne. En esas condiciones, logró crea alrededor de él, a un pequeño círculo de expertos en virología, que muy pronto llamó la atención mundial, por sus grandes aportes en un campo poco conocido pero que prontamente iba a tener una importancia trascendental, con los estudios originales del virus de la influenza y después de los poliovirus (Nossal).

Los principales aportes científicos

En los comienzos de su carrera, Burnet, como se dijo al principio de la presente nota, realizó estudios sobre la aglutinación en la fiebre tifoidea. Tiempo después se dedicó a realizar experimentos muy bien logrados con bacteriófagos, esos pequeños virus que infectan y viven dentro de algunas bacterias. Logró caracterizarlos, clasificarlos según las bacterias que podían infectar. Pudo notar como el material genético del virus se introducía en la bacteria, cómo crecía dentro de ella y como se integraba con el material genético. De acuerdo con Nossal, un gran estudioso de la vida y obra de Burnet, durante esa época, el investigador australiano llegó a publicar 32 artículos sobre esta materia y se adelantó en al menos diez años, a los escritos del llamado «club del fago», entre los que sobresalían lumbreras como Salvador Luria y Max Delbruk.

Su interés en los virus, lo condujo a mejorar el cultivo en embriones de pollo, especialmente la famosa técnica de Goodpasture. El crecimiento de virus en la membrana corioalantoidea de embriones de pollo, todavía está en uso. Pudo lograr así, grandes crecimientos de virus que serían un conocimiento vital para el estudio de la influenza y la poliomielitis, así como para la producción de vacunas. En este último caso, fue el primero en señalar que no era un solo virus, sino que había más de uno que atacaba a los niños. Curiosamente, sus investigaciones sobre los poliovirus se parecen mucho a las que realizó John Enders, que le llevarían a este a ganar el premio Nobel de medicina. Sin embargo, Burnet no continuó investigando a los poliovirus, dedicándose a otros tópicos científicos. Igualmente se menciona como otro acto fallido el que Burnet demostrara la actividad del interferón; no obstante, no captó la importancia del hallazgo, hasta que su colega, Alick Isaacs, publicó en 1957 su trabajo en ese sentido (Nature Inmunology).

Realizó estudios sobre la encefalitis, la psitacosis, el herpes simple, los poxvirus y determinó el agente causal de la fiebre Q, que en su honor se denomina Rickettsia Burneti (Coxiella Burneti). También hizo grandes aportes sobre la prevención de infecciones virales y para el conocimiento de importantes aspectos biológicos del crecimiento del virus dentro de las células. Descubrió que las formas filamentosas de algunos virus pueden romperse al ser suspendidos en agua (The Nobel Prize, Sir Frank Macfarlane Burnet).

En 1951 Burnet y Patricia Lind descubrieron un hecho muy heterodoxo pero muy inquietante para los momentos actuales en que vivimos, la pandemia del coronavirus. Cuando se infectaba una célula con dos diferentes cepas del virus de la influenza, sucedía que alguna de la progenie que salía de la célula, poseía tractos recombinantes de cada una de las cepas originarias. Esto tiene grandes implicaciones ya que significa que allí puede estar el origen de futura epidemias y pandemias (Nossal). Con respecto a la influenza, vale agregar que uno de los colaboradores del Dr. Burnet, el Dr. Gordon Ada, fue el primero en demostrar que los genes de esta última enfermedad estaban compuestos por ácido ribonucleico y no por ácido desoxirribonucleico.

La gran sorpresa. Un viraje inesperado

Entre los años cuarenta y cincuenta, Burnet ya había publicado varios libros que tuvieron mucho éxito siendo traducidos a varios idiomas, así como cientos de artículos científicos. Destacaron no solamente por su contenido, sino por la fina prosa del autor y por la facilidad para hacer comprensibles temas complicados y difíciles. Entre esos libros destacaron Historia natural de las enfermedades infecciosas y Virus como organismos. En todos ellos, el autor reflejaba su visión holística de la biología y el concepto de la enfermedad como ecología humana. Era un investigador integralista y con capacidad de visualizar el futuro hacia el cual se dirigía. Por tal razón, en 1957 asombró a sus colaboradores y al mundo científico al dar un viraje a su laboratorio, para del estudio preferente de la virología, orientarlo hacia la inmunología. Su interés en esta rama científica venía de muy atrás. En 1949, en colaboración con Frank Fenner había escrito La producción de anticuerpos, y desde entonces mostró particular interés en estudiar el funcionamiento del sistema inmunitario. En el libro habían intentado dilucidar como cualquier animal distingue lo propio de lo ajeno y de cómo los leucocitos son capaces de reconocer esa diferencia (Fresquet Ferrer, J. L.). Desde los tiempos de Ehrlich se había teorizado sobre la formación de anticuerpos, pero sus teorías cayeron en el olvido siendo suplantadas en la primera mitad del siglo XX por la «teoría del templete instructivo», promovida por Breinl, Harurowitz y luego por Linus Pauling. Esta hipótesis sugería que los antígenos servirían como un templete para la formación de anticuerpos. La misma decayó en los años cincuenta, especialmente cuando Niels Jerne demostró que no daba respuesta a interrogantes importantes, por lo que propuso la teoría de la selección natural de anticuerpos, que recordaba la hipótesis de las cadenas laterales de Ehrlich. Estas ideas de Jerne inspiraron a David Talmage y Frank Macfarlane Burnet a proponer el correcto paradigma de la «teoría de la selección clonal» (Nature Inmunology). Cada antígeno será capaz de estimular a un linfocito de manera específica para que después de otro contacto similar se produzca una proliferación de célula con iguales características de reconocimiento. Explicaría también como un sistema inmunitario logra obtener la propiedad necesaria para diferenciar entre lo propio y lo extraño. ¿Quién de los dos puede considerarse el padre de la teoría? Ambos hicieron contribuciones importantes, pero para muchos, los escritos de Burnet sentaron la base de la moderna investigación sobre inmunología celular. Además, el pequeño grupo de investigadores del instituto Hall dirigido por Burnet, aportaron magníficas investigaciones que convirtieron a los australianos en un punto de referencia mundial en el campo inmunológico.

Burnet hizo intentos numerosos y muy serios para comprobar su hipótesis, pero no lo consiguió. Pero sí lo logró un investigador británico nacido en 1915 en Río de Janeiro, de nombre Peter Brian Medawar y fallecido en Londres el 2 de octubre de 1987 quién al conocer la teoría de la tolerancia inmunológica adquirida propuesta por Macfarlane Burnet, según la cual «durante el desarrollo embrionario temprano y poco después del nacimiento, los vertebrados desarrollan la capacidad de distinguir entre las sustancias que pertenecen a su cuerpo y las que son extrañas* (University Melbourne, Victoria, Australia, Británica), realizó investigaciones que aportaron la prueba que se requería para probar tal aserto. Por tal razón, a Burnet y a Medawar se les otorgó el premio Nobel en 1960.

Aspectos personales

Fue una persona sumamente tímida, muy apegada a su lar nativo, que lo llevó a rechazar ofertas de trabajo en las más célebres escuelas de medicina del mundo. Sus pares y compañeros de trabajo lo consideraron muy inteligente, disciplinado, persistente, con excelente memoria, creativo, original, con gran intuición biológica, de mucha habilidad para escribir rápida y claramente.

En 1928, al regresar de Londres se casó bajo el rito presbiteriano con Edith Linda Marston Druce, mujer que fue decisiva en su vida, ya que lo acompañó y apoyó en muchos aspectos de la agitada vida de trabajo investigativo de Burnet. Tuvieron dos hijas y un hijo. Fue una gran pérdida para Burnet cuando Linda falleció por leucemia en 1973. Después de tres años de viudez, se casó nuevamente con Hazel Gertrude Jenkin, que trabajaba como voluntaria en la biblioteca del departamento de microbiología. Le acompañó hasta su muerte 9 años después, el 31 de agosto de 1983, en Port Fairy. Aunque había dejado su trabajo rutinario en 1978, siguió escribiendo y su último trabajo se publicó en 1983. Muchos lo consideran el más grande científico nacido en Australia. Los premios y distinciones que recibió fueron innumerables. Lo mismo sería mencionar las asociaciones internacionales a las que perteneció, así como los títulos de todos sus escritos.

Notas

Frank, F. Frank Macfarlane Burnet.
Fresquet Febrer, J. L. Frank Macfarlane Burnet (1989-1984) y la tolerancia a los tejidos trasplantados. Medicina, Historia y Sociedad.
Macfarlane Burnet, F. (1964). Biographical. Nobel Lectures. Phsiology or medicine. 1942-1962. Elsevier Publishing Company. Amsterdam.
Medawar, P. B. Macfarlane Brunet. University Melbourne, Victoria, Australia Britannica.
Nature Inmunology. (2007). Editorial. Sir Frank Macfarlane Burnet, 1899-1985. Volumen 8, No 10, octubre.
Nossal J. V. (2007). Australian Dictionary of Biography. Volumen 17. National Centre of Biography, Australian National University.