¿Acaso el cerebro duerme también? ¿Cómo nos dormimos? Es realmente fascinante todo lo que hace el cerebro mientras dormimos, por ello trataremos de explicarlo aquí de forma amena.

Durante el descanso nocturno el cerebro humano permanece activo de una manera sorprendente. Esta actividad, lejos de ser inútil, da respuesta a numerosos procesos biológicos y está demostrado que alarga la vida.

El cerebro mientras dormimos continúa recogiendo información de manera constante, aunque no seamos conscientes de ello. Su gran plasticidad hace que acumule datos durante todo el día que son procesados al dormir. Aunque la ciencia aún no sabe muy bien cómo nuestro cerebro lleva a cabo este proceso, algunos estudios han mostrado que cuando dormimos se activan las áreas relacionadas con la creatividad y el aprendizaje.

¿Qué hace el cerebro mientras dormimos?

El doctor Eduard Estivill explica de manera muy didáctica en su libro Dormir sin descanso, cómo funciona el proceso del sueño. Para ello nos invita a imaginar que bajamos por una escalera.

Cuando cerramos los ojos estamos bajando un escalón y entramos en la fase uno del sueño, la somnolencia. En este momento, nuestros músculos empiezan a relajarse, la respiración es más uniforme y la actividad de nuestro cerebro se va ralentizando. Pasamos unos minutos en ese escalón y damos un nuevo paso parar descender a la fase dos, en la que las ondas cerebrales son un poquito más lentas.

Nuestra bajada continúa llegando a la fase tres y cuatro, que se denominan sueño lento. En ellas, las ondas cerebrales son muy pausadas y para despertarnos tendrían que sacudirnos con fuerza o emitir fuertes ruidos.

Tardamos en bajar estos tres peldaños de la escalera entre sesenta y setenta minutos, momento en el que subimos de nuevo a la fase dos y entramos entonces en la última fase: MOR. Esta se caracteriza porque se producen movimientos oculares rápidos.

El ciclo del sueño suele durar entre noventa y cien minutos y está formado por estas cuatro fases y la fase MOR. Cada noche se repiten entre cuatro y seis ciclos completos.

La fase MOR es sin duda la más interesante porque en ella el cerebro está muy activo y tienen lugar los sueños.

Sueños creativos

El fisiólogo alemán Otto Loewi llevaba tiempo estudiando la transmisión química de los impulsos nerviosos, pero no conseguía una demostración empírica de su hipótesis. La noche antes del domingo de Pascua de 1936 despertó en mitad de la noche y realizó una serie de anotaciones. Volvió a dormir. A las seis de la mañana despertó y comenzó a revisar sus notas… todo seguía igual. Sin embargo, la noche siguiente despertó a la tres de la mañana y en su laboratorio llevó a cabo un experimento en el corazón de una rana, según el diseño nocturno que había registrado.

El señor Loewi imaginó mientras dormía el experimento que le llevó a descubrir que la transmisión nerviosa era química y no eléctrica, como se pensaba hasta entonces. Ese mismo año recibió el Premio Nobel de Medicina, sentando las bases de la moderna neurociencia.

Los sueños son representaciones de nuestro subconsciente que contienen abundante información. Desde la antigüedad hasta nuestros días se han intentado descifrar siendo objeto de todo tipo de interpretaciones.

Dejando a un lado su vertiente simbólica, sabemos que los sueños tienen lugar en la fase MOR del sueño. Y este juega un importante papel en la capacidad de las personas para manejar ideas en diferentes contextos. Dicho de otro modo, existe una importante relación entre el hecho de soñar y nuestra capacidad creativa y resolutiva. Así lo demostró la psiquiatra Sara Mednick, que en 2010 dio a conocer los resultados de un estudio llevado a cabo en la Universidad de California, San Diego.

En su investigación descubrió que los sujetos que pasaban más tiempo en fase MOR, cuando los sueños son más intensos, daban respuestas más creativas a una serie de preguntas previas.

Así pues, todo parece indicar que al dormir profundamente estimulamos nuestra capacidad para combinar ideas de manera novedosa. Esto ocurre porque las neuronas estrechan vínculos y se reorganizan. Todos nos hemos visto en la situación de no parar de darle vueltas a un problema o preocupación, y sentir una sensación de frustración porque no damos con la solución. Y al día siguiente, de manera espontánea, la bombilla se ilumina y todo encaja.

Pues bien, esto ocurre porque cuando dormimos nuestro cerebro se encarga de generar ideas abstractas, así como de interpretar algunos estímulos sensoriales. De manera aleatoria el cerebro empieza a asociar ideas, a darles respuesta o crear relaciones entre ellas. Se podría decir que nuestro cerebro llega a soluciones lógicas a partir de la creación y relación de historias a menudo ilógicas.

Sabemos que esto ocurre gracias al fisiólogo Nathaniel Kleitman, que en 1953 descubrió en la Universidad de Chicago el sueño MOR. Kleitman era conocido por sus extraños experimentos y propuso a uno de sus estudiantes, Eugene Aserinsky, uno que iba a revolucionar la ciencia del sueño.

Juntos monitorizaron la actividad cerebral y el movimiento de los ojos de varias personas mientras dormían, conectándolos a una de las primeras máquinas de encefalogramas. Transcurridas unas horas observaron como las plumillas de la máquina dibujaban un patrón que indicaba que las personas estaban despiertas. Sin embargo, continuaban dormidas.

Decidieron entonces despertarlas para entrevistarlas. La sorpresa fue mayúscula, ya que los sujetos recordaban con detalle sus sueños. La fase MOR había sido descubierta gracias a su conexión con el mundo onírico.

Dormir para aprender y recordar

Pero ahí no acaba la cosa, cuando estamos inmersos en la fase MOR tienen lugar procesos como la consolidación de la memoria y el aprendizaje. Un reciente estudio publicado en la revista Science Advances, afirma que la fase de sueño rápido o MOR convierte las experiencias en recuerdos duraderos y habilidades en el cerebro.

Esto se debe a que el cerebro necesita llevar a cabo una serie de procesos para sintetizar y secretar determinadas sustancias en ciertas áreas. Procesos que son incompatibles con la actividad que el cerebro tiene durante la vigilia.

Por eso los niños necesitan dormir más horas que los adultos, ya que el sueño les ayuda a desarrollar y ajustar sus conexiones neuronales. Además, durante el sueño las neuronas del hipocampo, sitio donde se almacena la información que recibimos, se sincronizan para muestrear todas las conexiones y organizarlas. Así, la información nueva y útil queda integrada en nuestra memoria.

Funciones de limpieza

El espacio entre las neuronas de nuestro cerebro se expande cuando dormimos, de manera que deja espacio para que el fluido del cerebro y de la médula espinal arrastre las toxinas acumuladas durante el día en las células, eliminándolas con facilidad.

El cerebro funciona como una lavadora y gracias a la limpieza que realiza cuando dormimos, impide que las neuronas acaben llenas de detritus celulares. Durante el sueño mantenemos el sistema cognitivo sano expulsando, entre otras, las proteínas relacionadas con el Alzheimer.

Se sabe que, en la mayor parte de patologías neurodegenerativas, juegan un importante papel numerosas proteínas nocivas que se acumulan en los espacios entre células del cerebro. Probablemente la más conocida es la beta-amiloide, la «proteína tóxica del Alzheimer».

Estas proteínas se eliminan dos veces más rápido por la noche, cuando dormimos. De ahí que se haga hincapié en la necesidad de tener un sueño de calidad para prevenir enfermedades neurodegenerativas.

La presencia de este sistema de limpieza en el cerebro se ha denominado «sistema glinfático». Fue descubierto en 2012 por un grupo de investigadores de la Universidad de Virginia. Hasta este momento la ciencia ignoraba que el cerebro estuviera conectado de forma directa con el sistema inmunitario. Este descubrimiento ha abierto una interesante vía de estudio para el tratamiento de las dolencias autoinmunes y neurodegenerativas.

El reloj interno está en nuestro cerebro

Nuestro organismo tiene un «reloj biológico» principal que se encarga de regular el sueño. Este reloj está formado por células del cerebro que se comunican por impulsos eléctricos y controla los llamados ritmos circadianos.

Los ritmos circadianos son una serie de cambios tanto físicos como psíquicos que siguen un ciclo de veinticuatro horas. Están directamente relacionados con la luz y la oscuridad.

De este modo, cuando termina el día y la luz desaparece, el cuerpo humano comienza a sentir somnolencia. Cada persona tiene su propio ritmo circadiano que se encarga de regular su ciclo vigilia/sueño.

En el mundo moderno vivimos rodeados de luz artificial y, a menudo, nuestro reloj interno se siente confundido. Los centros cerebrales que regulan el sueño pueden creer que es de día a las tres de la mañana, por ejemplo.

Cuando hay una falta de ajuste entre el patrón de sueño y el ciclo de luz natural se produce una cronodisrupción. Esta circunstancia ocurre con frecuencia hoy en día y es poco saludable porque resta horas de sueño y, lo que es peor, hace que las horas que dormimos sean de mala calidad.

Una investigación de la Universidad de Harvard demostró que la exposición del cerebro a gran cantidad de estímulos visuales y luminosos producía un sueño de menor calidad. Esta es la explicación de por qué a veces nos levantamos con sensación de cansancio y somnolencia. Nuestro sueño es más ligero y se producen microdespertares que tienen consecuencias negativas sobre la salud.

Estos desajustes nos predisponen a padecer dolencias como diabetes, obesidad, depresión… Resincronizar nuestro reloj interno es una buena manera de llevar un estilo de vida saludable.

A vueltas con las hormonas

Las hormonas tienen ritmos circadianos y ultradianos (pequeños ciclos dentro del ciclo total de 24 horas). Todas ellas trabajan coordinándose con el cerebro para regular importantes funciones del organismo.

Cada 24 horas nuestro reloj biológico envía a la glándula pineal una señal para que esta empiece a producir melatonina. Hay un pico de producción por la noche que alcanza su máximo nivel entre las dos y las cuatro de la madrugada.

Cuando dormimos segregamos melatonina, una hormona que interviene en la regulación del sistema inmunológico y tiene efectos sobre nuestras células. La melatonina desempeña un papel fundamental en el ciclo sueño/vigilia y es uno de los antioxidantes más potentes que existen. Además, la melatonina influye de manera importante en la recuperación de nuestro ritmo interno para armonizarlo con el entorno que nos rodea.

La hormona del crecimiento también está regulada por el ciclo circadiano y su producción aumenta en la fase de sueño profundo. El hipotálamo regula su secreción, cuyo pico más alto tiene lugar unos 20 minutos después de haber empezado a dormir. Es especialmente importante durante la infancia porque influye directamente en el desarrollo de los tejidos y células. También modulando el metabolismo de las proteínas.

La hormona antidiurética o vasopresina, producida también en el hipotálamo, decrece notablemente cuando estamos dormidos. De ahí que no necesitemos levantarnos durante la noche para ir al baño, pero experimentemos una gran necesidad de orinar al levantarnos.

Otras hormonas como la TSH (que estimula el tiroides), se segregan por la noche, aunque se desconoce la fase concreta de sueño en la que lo hacen.

Durante siglos hemos creído que al dormir nuestro cerebro se apagaba y dejaba de funcionar. Ahora sabemos que no descansa nunca y lleva a cabo una serie de funciones complejas que son esenciales para nosotros.

El cerebro humano noctámbulo es el órgano en el que se elaboran nuestras facultades intelectuales, el pensamiento creador, la memoria, la capacidad de análisis y síntesis.

La próxima vez que tengamos un problema o nos asalte una duda quizás deberíamos consultar primero con la almohada. La solución puede estar más cerca de lo que creemos, quizás escondida en algún sueño.

Notas

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