El primer artículo de esta serie describió la consciencia como la capacidad de tener una experiencia interna basada en sensaciones y sentimientos, lo que los filósofos llaman qualia, y destacó las características de los qualia físico, emocional, mental y espiritual. El segundo exploró las propiedades básicas de los qualia —percepción y comprensión— que nos permiten experimentar la vida y obtener significado y propósito de la vida consciente. El tercero argumentaba que la consciencia era una propiedad fundamental de la naturaleza, presentando una nueva interpretación de las suposiciones básicas de la física que podrían conciliar la existencia de la consciencia, desde el principio del Ser. El cuarto exploró aún más la naturaleza de la realidad bajo la hipótesis de que la consciencia siempre ha existido, concluyendo que la consciencia debería haber influido en la evolución del universo de una manera no trivial, de lo contrario, simplemente sería una hipótesis innecesaria.

El quinto artículo, presentó un modelo de realidad basado en la idea de que todo lo que existe surge de la comunicación de una vasta jerarquía de entidades conscientes. Dentro de este modelo, la materia, la energía, el espacio y el tiempo de la física, así como las leyes de la física, son todos aspectos externos e informativos de las organizaciones en constante evolución de las entidades conscientes comunicantes. El sexto describió la naturaleza de la vida, un fenómeno como ningún otro conocido, porque la vida crea una red interactuante y en evolución de organismos vivos y conscientes. Este ecosistema puede crear formas cada vez más complejas con la capacidad de cambiar la naturaleza física misma del planeta en el que existe. El último artículo discutió si las computadoras digitales pueden evolucionar para ser conscientes, potencialmente volviéndose más inteligentes que los seres humanos. Esta es una predicción que muchos científicos creen que es posible en unos pocos siglos, si no en unas pocas décadas.

Este es el artículo final de esta serie y explorará la unión de la ciencia y la espiritualidad, dando lugar a una nueva visión del mundo en la que la ciencia y la espiritualidad son facetas de un todo sin fisuras, una nueva perspectiva en la que la cooperación reemplaza la competencia, a medida que la humanidad adopta su papel de rectoría de toda la vida en nuestro planeta.

De la coexistencia a la unión

En el mundo actual, la relación entre ciencia y espiritualidad va desde la hostilidad hasta la coexistencia pacífica, pero no hay unión porque la ciencia y la espiritualidad tienen dos objetivos y visiones del mundo diferentes que resisten la integración. La ciencia y la espiritualidad son como dos silos separados que no se comunican entre sí, una dualidad que es imposible de resolver sin una nueva visión del mundo que contenga los dos.

¿Podemos ir más allá de la convivencia y encontrar la integración? Cabe preguntar, ¿pueden las dos visiones del mundo integrarse de tal manera que se conviertan en facetas de un todo sin fisuras?

Lo consideramos posible, pero solo si vamos mucho más allá de un logro intelectual por sí solo, porque la unión requiere también el esfuerzo personal activo de cada ser humano, en los niveles físicos, emocionales y espirituales de la existencia. Esta unión, solo puede lograrse en el «crisol» de cada alma humana, mediante una elección deliberada. No es algo que se pueda estudiar en un libro como uno estudia filosofía, por ejemplo. El libro puede mostrar el camino genérico, pero solo caminando por el sendero con un compromiso total se puede lograr gradualmente la unión.

A medida que se logre la unión progresiva, la creatividad, la energía motivacional y la acción adecuada se movilizarán para resolver colectivamente los desafíos que ahora enfrenta la humanidad, en beneficio de toda forma de vida.

Comencemos definiendo los términos. La espiritualidad es el impulso espontáneo, que cada uno de nosotros siente profundamente adentro, para experimentar y explorar nuestra conexión personal con una dimensión trascendente del Ser, que va más allá de las necesidades del día a día. Su origen es un sentido innato, de que todos estamos conectados de alguna manera y que nuestra vida y experiencia tiene significado y propósito. La espiritualidad se basa en la experiencia en primera persona de lo trascendente, en lugar de creer en una doctrina en particular. Es experiencial, abierta y dirigida a encontrar nuestra propia verdad interior sobre la naturaleza de la unión.

La ciencia es el estudio sistemático del mundo natural, a través de la observación, los experimentos y la organización del conocimiento para explicar y predecir los comportamientos de los sistemas estudiados. La ciencia, y en particular la física, se centran en las leyes universales, que se pueden expresar matemáticamente, para representar el comportamiento objetivo del mundo físico.

El objetivo de la ciencia es entender cómo se organiza un sistema y cómo funciona. La ciencia se ocupa principalmente de la realidad exterior de fenómenos medibles y objetivos que pueden describirse desde una perspectiva en tercera persona. Como tal, la naturaleza del observador «científico» es muy diferente de la del observador «espiritual». Se supone que el primero debe ser separado y desapasionado del fenómeno observado, mientras que este último vive la experiencia.

El observador espiritual se está observando a sí mismo. Él, es tanto el fenómeno como el observador. La persona espiritual vive la experiencia de sí misma con todos sus aspectos integrados. De hecho, la altura de una experiencia espiritual se encuentra cuando los niveles físicos, emocionales y mentales de la experiencia son tan integrados y coherentes que ya no son distinguibles dentro de la experiencia Gestalt.

La espiritualidad es la capacidad humana de tener experiencias holísticas en las que observador y observado se funden en una experiencia vivida, en la que el experimentador es el mundo, que se observa a sí mismo desde el punto de vista del observador. La ciencia, por otro lado, se basa en una postura reduccionista en la que supone que el observador debe estar separado de lo observado. Por lo tanto, las dos perspectivas están en los extremos opuestos de un espectro.

Si se exigiese que la espiritualidad y la ciencia fueran así, no habría posibilidad de unificación, porque la persona espiritual experimenta el mundo como a sí mismo, conociendo el significado del mundo desde adentro, por así decirlo. El científico se ve a sí mismo como independiente del mundo, interesado solo en medir la información objetiva que se manifiesta en el mundo exterior y objetivo. Todo el «significado» de esa información está contenido en sus relaciones matemáticas formales con otra información obtenida de manera similar. Para la persona espiritual extrema, el mundo es la interioridad del universo que no está separado de la interioridad del observador y solo puede ser conocido experimentándolo. Para el científico extremo, el mundo es solo exterioridad, separada del observador, y solo puede ser conocido por las relaciones matemáticas encontradas entre los acontecimientos medidos.

La espiritualidad considera que el mundo es puramente subjetivo y vivo. La ciencia que el mundo es puramente objetivo, en donde el observador es solo una abstracción y el mundo es como una máquina. Nótese que, en el enfoque de la ciencia, el observador que hace preguntas inteligentes sobre el mundo no se considera parte del mundo observado. En otras palabras, la postura misma de la ciencia actual es asumir que el mundo es una máquina que obedece a las leyes matemáticas, por lo tanto, este enfoque solo puede descubrir aspectos «mecánicos», eliminando por defecto, a todos los demás.

Desde nuestra óptica, consideramos que el mundo es tanto subjetivo como objetivo. Está vivo y también tiene comportamientos similares a los de la máquina. El universo tiene interioridad (qualia/significado) y exterioridad (información) y solo se puede conocer cuando se estudia y se vive simultáneamente. Esto es lo que significa, desde nuestro punto de vista, la unión de la ciencia y la espiritualidad. Los conceptos actuales de ciencia y espiritualidad que hemos descrito son solo dos extremos de un continuo en el espectro del conocimiento.

La física cuántica ya nos ha dado un importante indicio de que lo subjetivo y lo objetivo no son absolutos, a pesar de que ese mensaje ha sido difícil de aceptar porque el mundo descrito por la física clásica, el mundo más cercano a nuestra experiencia ordinaria de realidad es totalmente objetivo. A muchos les gustaría que el mundo real fuera el descrito por la física clásica. Pero esta solo ofrece una teoría sobre el mundo, no sobre la realidad. La física cuántica es también una teoría sobre el mundo, pero es una teoría que resulta estar mucho más cerca de la verdad que la física clásica.

La realidad es holística

Las categorías ordenadas con límites precisos entre ellas —la esencia del reduccionismo— son creaciones humanas que han demostrado una y otra vez ser ilusorias: subjetivo y objetivo, ciencia y espiritualidad, significado y forma, observador y observado no son conceptos independientes y absolutos. Por ejemplo, el observador no está separado de lo observado porque cualquier observación cambia lo que se observa de insignificante a extremo, ya que se pasa de entidades clásicas a cuánticas.

La realidad no es como una película que rueda sola independientemente de nuestras acciones. De hecho, somos cocreadores de la realidad que observamos y vivimos, inseparables de ella. La postura de la ciencia actual tiende a reducir el mundo a una máquina hecha de partes separables y descrita por un observador imaginario que utiliza solo su mente racional. Desde este punto de vista, el verdadero observador, con sus dimensiones físicas, emocionales, intuitivas y espirituales ha sido eliminado del mundo observado.

La espiritualidad en la actualidad tiende a una concentración completa en la experiencia interior, aislándose del mundo, eliminando en efecto a los otros observadores del mundo de la propia experiencia. Sin embargo, el mundo contiene muchos otros seres conscientes, cada uno con su propio mundo interior, y estas entidades interactúan entre sí. El mundo real es el resultado de esas interacciones y no puede ser conocido como un objeto ni como una experiencia personal desde un punto de vista puramente individual. Para unir ambas visiones es necesario entender que los mundos interiores y exteriores están real e indivisiblemente interconectados por nuestras acciones colectivas. Solo reconociendo esta interdependencia crucial, podrá la humanidad ir más allá de la repetición de los mismos patrones disfuncionales, que han causado tanta lucha y tanto sufrimiento innecesario a nuestra especie y a nuestro ecosistema.

Una pieza de música no es solo la partitura y el espectro de frecuencia de su sonido. También es el significado y el disfrute que lo acompaña, así como el placer de tocarla (acción) con nuestra voz o con un instrumento. La estructura exterior objetiva y las características de la música no son suficientes para describir la experiencia vivida de la misma, y esta vivencia se enriquece inmensamente si también estamos tocando esa música con otros. Entonces uno puede escuchar no solo la música que creó, sino también la música creada por los demás, tanto individualmente como en su totalidad. Sin embargo, cada integrante del conjunto actúa y experimenta sus partes y el todo desde su propio punto de vista.

La música como sonido físico es solo su forma simbólica, la experiencia de esta es su dimensión semántica o significado, y los dos pueden ser concebidos como lados indivisibles y correlacionados de la misma moneda. También hay interacción, una tercera dimensión esencial, que a menudo se pasa por alto, expresando la participación de muchas entidades en una construcción cooperativa simbólica-semántica. Cuando separamos artificialmente estas dimensiones básicas, creyendo que la realidad es solo una, estamos desnaturalizando la realidad.

Para conocernos debemos comunicarnos con otros y no aislarnos. Para comunicarnos debemos actuar creando y usando símbolos (formas) que lleven el significado que deseamos comunicar. El estudio de las formas como si no tuvieran ningún significado, o como si no fueran el resultado de acciones deliberadas de otras entidades conscientes, no puede darnos el conocimiento que deseamos. Las «formas» no pueden ser estudiadas, separándolas de su significado y su origen, ya que son su significado y origen los que revelan los aspectos cruciales de sus relaciones, que de otro modo escaparían a la observación.

En otras palabras, es el significado lo que nos invita a observar lo que es importante en las formas, ya que el significado y la forma (símbolo) están correlacionados. Sin embargo, al utilizar solo nuestra mente racional, únicamente observamos las correlaciones formales entre los símbolos y otros símbolos —sus aspectos mecánicos— lo cual no revelará la realidad más profunda expresada por aquellas formas que pueden estar correlacionadas en relaciones asociativas no previstas que solo son accesibles a través del aspecto semántico.

La verdadera unión de la ciencia y la espiritualidad requiere entender las relaciones esenciales entre los aspectos simbólicos y semánticos de la realidad. Esto es esencial para conocernos a nosotros mismos y al mundo cada vez más. Una nueva ciencia puede entonces estudiar la naturaleza de los símbolos para dirigir las acciones experimentales, dirigidas por el profundo conocimiento espiritual. Del mismo modo, una nueva espiritualidad puede experimentar la naturaleza del significado, guiada por un profundo conocimiento científico para guiar los viajes experienciales internos. En esta visión, la ciencia y la espiritualidad deben existir como dos aspectos integrados dentro de cada ser consciente, para así guiar sus acciones evolutivas hacia un autoconocimiento cada vez mayor. Esto significa que, en el futuro, uno no podrá ser un científico sin ser también una persona espiritual, y viceversa.

Tres centros fundamentales

Hay otra manera de entender la unión de la ciencia y la espiritualidad ampliando el contexto para dar cuenta de la existencia dentro de cada uno de nosotros de tres centros metafóricos fundamentales: la cabeza, el corazón y el vientre. La cabeza, el corazón y el vientre se refieren a nuestra capacidad mental, emocional y de acción, respectivamente. Sin embargo, estos centros no están separados porque cada uno también contiene una parte de los otros dos. Por ejemplo, el nivel mental contiene un poco de corazón y un poco de vientre, y del mismo modo para los demás. Por lo tanto, una persona que vive en su cabeza no está completamente desconectada de su corazón y vientre: emociones y acciones. Si así fuera, entonces estaríamos en presencia de una máquina.

Si examinamos el centro de la cabeza, podemos reconocer que nuestra mayor capacidad mental es el poder intuitivo para comprender y tener ideas originales. También tenemos la mente racional, que es la capacidad de razonar basada en la lógica y en suposiciones explícitas e implícitas que son impulsadas por la comprensión. Por último, tenemos un aspecto mecánico en la mente: la capacidad de aprender y seguir procedimientos, al igual que las computadoras. A este nivel mecánico pertenece también la lógica utilizada por nuestras mentes racionales. La mente racional, por lo tanto, integra el nivel lógico-procedimental más bajo con el nivel de comprensión de ideas más alto de la mente en un proceso mental poderoso.

Cualquier intento de reducir nuestra mente racional a procedimientos puros similares a los de una computadora, podría eliminar nuestros atributos más preciados que provienen de nuestra comprensión consciente, como hemos expuesto es escritos anteriores.

Si ahora consideramos el corazón, su mayor capacidad emocional es unitaria, sentida como diversas formas de amor, alegría y realización en experiencias extraordinarias de consciencia. El siguiente nivel consiste en nuestras emociones ordinarias como empatía, deseo, tristeza, aburrimiento, etc. Y, por último, hay un aspecto mecánico del corazón representado por emociones y sentimientos automáticos que no contienen mucha autoconsciencia y profundidad, como las sensaciones físicas habituales de forma, color y sonidos que llevan la percepción consciente del mundo físico. Nuestras emociones ordinarias, por lo tanto, integran los sentimientos automáticos más bajos con la iluminación proveniente de la mayor «inteligencia» emocional que se origina en el nivel unitario del corazón.

El vientre es el centro menos discutido y entendido. Su aspecto mecánico se expresa por nuestros comportamientos automáticos, es decir, las acciones que llevamos a cabo sin emociones y previsión (libre albedrío). El siguiente nivel superior contiene nuestras acciones ordinarias, decisiones tomadas con varias cantidades de libre albedrío e intención consciente. Por último, el más alto nivel tiene acciones valientes, acciones guiadas por nuestros deseos más profundos y/o por nuestros valores éticos; incluso a veces en contra de nuestros intereses a corto plazo, arriesgando la propiedad y la reputación, o incluso poniendo en peligro nuestras vidas. Nuestras acciones ordinarias, por lo tanto, integran las acciones automáticas de bajo nivel con la comprensión proveniente de nuestro mayor sentido de «acción correcta» y el valor de tomar riesgos.

Cabeza, corazón y vientre representan también tres tipos diferentes de conocimiento, porque llegamos a conocer de manera mental, emocional e interactiva. El primero es el conocimiento racional, que generalmente define el conocimiento, descuidando la existencia de los otros dos. El conocimiento racional se basa en el pensamiento. Es el saber que logramos leyendo y estudiando libros, y también pensando e imaginando con nuestra mente. El conocimiento emocional se basa en el sentir, en una certidumbre interior, y en la experiencia. Conocemos algo al convertirnos en lo que sabemos. Sabemos algo desde adentro. Mientras que, el conocimiento interactivo se basa en acciones. Uno conoce haciendo y observando las acciones de los demás e interactuando con ellos y con los objetos. Así es como un aprendiz aprende observando a un maestro, cómo un científico sabe realizando experimentos y cómo moldeamos los símbolos correctos para comunicarnos. En la práctica, avanzamos mediante una combinación de las tres formas de conocimiento, a pesar de que nuestro sistema educativo utiliza principalmente el conocimiento racional.

Si aportamos esta nueva perspectiva al concepto de unión de la ciencia y la espiritualidad, podemos pensar en la unión como la expresión óptima de las dimensiones semántico-simbólicas simultáneamente con los niveles físicos, emocionales y mentales del Ser.

El punto de unión está en el corazón

Consideramos que la forma más eficaz de lograr la unión, es a través del proceso de crear colectivamente una sociedad justa y amorosa. La experiencia y el conocimiento de la unión crecerán en cada corazón y guiarán eficazmente las acciones individuales de todos los participantes. Solo las decisiones de libre albedrío de cada uno de nosotros, limitadas por las leyes de la física, pero informadas por nuestros corazones, pueden hacer que tal sociedad sea posible.

Nuestras decisiones provienen del nivel semántico de la realidad que se esconde debajo de la naturaleza probabilística de la física y como tal no viola las leyes sintácticas de los símbolos, las leyes de la física. Las verdaderas «fuerzas» que crearán nuestro futuro serán entonces la cooperación consciente y la comprensión de todos los seres, no de las fuerzas de la materia.

Podemos predecir que los esfuerzos extenuantes de aquellos que creen que la realidad es matemática y, que, por lo tanto, las computadoras pueden llegar a ser conscientes, a comprender y a superar la inteligencia humana, encontrarán la frustración en sus esfuerzos. La inteligencia artificial, punta de lanza de la destreza tecnológica humana y una gran fuente de orgullo, podría, paradójicamente, proporcionar a los seres humanos el aprendizaje necesario para descubrir y confrontar el misterio de nuestra verdadera naturaleza.

Con el tiempo, la humanidad tendrá que llegar a comprender en primera persona la verdadera naturaleza de la consciencia y el Ser —la fuente de nuestra verdadera inteligencia— y finalmente reconocer desde un lugar interior más profundo, en lugar del punto de vista limitado de la mente racional, la imposibilidad de crear máquinas conscientes.

Esperemos que esto suceda pronto para el bien común porque existe un peligro real de que los seres humanos, seducidos por la cultura rampante del consumismo digital, puedan reemplazar las relaciones verdaderas y profundas por las virtuales y superficiales, reduciendo su propio desarrollo espiritual.

La tecnología debe usarse para ayudarnos a descubrir nuestra verdadera naturaleza, no para encarcelarnos aún más en un mundo virtual sin sentido. Al igual que la invención del motor amplió nuestro poder físico humano, también las computadoras, los robots y la IA pueden amplificar nuestro poder mental mecánico y liberarnos de trabajos monótonos, repetitivos y peligrosos. Este gran potencial, sin embargo, debe ponerse al servicio del progreso espiritual, mental, emocional y físico de cada ser humano.

Ante nosotros, el misterio de la vida está empezando a abrirse con la increíble posibilidad de enseñarnos a explorar el universo de luz que cada uno de nosotros siente en nuestro ser interior más profundo. Si el viaje humano, en la era de la información, es iluminado por el amor, la disciplina, la pasión, la curiosidad y el coraje, aprenderemos a usar nuestra consciencia como la única herramienta capaz de explorar el universo de la información viva y significativa.