El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres.

(Borges, 1989, p. 53)

En 1977, el aragonés Francisco Uriz reunió y lideró un equipo de la televisión pública sueca STV para dar forma a un documental que reuniría a figuras importantísimas de la cultura española, particularmente, a cantautores que compartían algo más que la propia condición artística: eran, todos ellos, figuras hasta entonces desconocidas de la resistencia a la dictadura de Franco. Entre ellos estaban el vasco Mikel Laboa, el valenciano Ramón Peleguero Sanchis —popularmente conocido como Raimon— y el madrileño Chicho Sánchez Ferlosio. Sería a partir de este documental sueco-aragonés titulado Amanece el mañana (1977) que quienes ya cantaban las canciones de Chicho —tanto dentro como fuera de España— podrían, por fin, ponerle rostro a su voz.

Habían pasado 14 años desde la difusión de sus primeras grabaciones en un vinilo titulado Canciones de la resistencia española, pero no sería sino hasta después de la muerte de Franco que se podría dar a conocer su identidad. Hoy, 50 años después de esa primera grabación, la imagen de Chicho Sánchez Ferlosio continúa siendo difusa pese a haber sido el autor de canciones ultra conocidas y reversionadas por artistas de todas partes del mundo y de haber sido el bastión inicial de toda una generación de cantautores que, en la década de los 70, encuentran en sus composiciones el comienzo de un legado que aún permanece vigente.

Resulta difícil hablar de una figura que no es encasillable en ninguna de las categorías que nos sirven a diario para pensar el mundo. Fue un poco poeta y un poco músico, pero de una forma especial, más cercana a la de los trovadores que a la de los músicos actuales. Se matriculó en filosofía, estudió matemáticas y un poco de fonética pero sin ningún tipo de formalidad académica. Trabajó de corrector lingüístico y de camarero. Cumplió con la obligación del servicio militar en el Sahara. Se casó dos veces, tuvo cuatro hijos y sufrió la trágica muerte de tres. En cualquiera de todas sus etapas estaba acompañado de su guitarra.

A pesar de que sus composiciones fueron —y son— interpretadas por artistas de talla internacional como Víctor Jara, Quilapayún, Jorge Drexler o Joaquín Sabina (y de además haber tenido la oportunidad concreta de grabar para una discográfica), Chicho ha rechazado sistemáticamente todo intento de profesionalización. Quizás por falta de necesidad, quizás por rechazo a todo lo instituido. En cualquier caso y a pesar de ello, su obra quedó revestida de la máxima cualidad a la que puede aspirar un compositor por haber alcanzado esa zona absolutamente impersonal en la cual el nombre del artista, en tanto autor, se desvanece a la luz de la propia obra por haber conseguido, sin siquiera proponérselo, que sus canciones fueran cantadas sin que se sepa quién las compuso, únicamente adjudicables, en el imaginario colectivo, al cancionero popular.

Dueño de una imagen que algunos habrán juzgado irreverente y otros como propia de quien es libre en su libertad, con sus características y enormes gafas negras de pasta, su pelo largo, su cigarro y su extrema delgadez, Chicho constituyó —incluso en el seno de su propia familia— una peculiar anomalía. Fue bautizado con cuatro nombres: José Antonio (por José Antonio Primero de Rivera), Julio (por Julio Ruiz de Alda), Onésimo (por Onésimo Redondo), los principales miembros de la Falange Española, la doctrina política de inspiración fascista fundada en 1933 y de la cual fue miembro fundador el escritor Rafael Sánchez Mazas, su padre. En una suerte de homenaje a sus referentes ideológicos y compañeros de doctrina, Sánchez Mazas decide llamar al menor de sus hijos con una condensación de nombres de resonancia falangista, probablemente sin imaginar que quedarían ocultos no solo bajo el apodo que lo acompañaría hasta morir en 2003, si no también bajo la propia ideología de Chicho. Este no solo rechazó fervientemente las ideas que su padre defendía, sino que —con mayor o menor ortodoxia— fue nutriendo un pensamiento siempre de izquierda que, sumado a su inventiva artística, lo convertiría en una figura central de la resistencia española en las décadas de los 60 y 70 y en el autor anónimo de los himnos antifranquistas más populares.

Según cuentan los diferentes testimonios reunidos en el maravilloso documental de David Trueba, Si me borrara el viento lo que yo canto (2019), Suecia ejerció un rol central en la difusión de la obra de Chicho Sánchez Ferlosio. Se trataba de un momento histórico en el cual la atención de toda Europa estaba puesta en España, no solo por perdurar como la última dictadura del continente, sino también por acontecimientos específicos como la huelga de los mineros asturianos de 1962 o el asesinato del político comunista Julián Grimau en abril de 1963. La población sueca —que había contado con la participación de brigadistas internacionales en la Guerra Civil española— estaba especialmente pendiente de la situación política de España. En ese contexto, Sköld Peter Matthis, por entonces presidente de Clarté —una asociación de solidaridad internacional— se ocupó de organizar una exposición itinerante de diferentes artistas en cuyo marco se llevaría a cabo la grabación del primer disco de Chicho Sánchez Ferlosio titulado Canciones de la resistencia española.

En el verano de 1963, Matthis, su esposa y compañía viajan desde Estocolmo hasta Madrid en un Renault 4 que ocultaba de la policía un magnetófono gigante de última generación con el cual grabarían las canciones —a voz y guitarra— en el baño de la casa de Chicho. El resultado material de esta empresa representa, hoy por hoy, todo un objeto de culto: un vinilo compuesto por las canciones que Chicho componía por pura afición y lucidez política, sin ningún tipo de voluntad comercial; entre ellas se encuentran «Los dos gallos» y «Canción de Grimau». El vinilo estaba envuelto en una portada con grabados de José Ortega, máximo representante del Realismo Socialista de la postguerra española. El resultado artístico de esta iniciativa obtuvo, además, una deriva simbólica particular que convirtió a Chicho Sánchez Ferlosio en uno de los autores más versionados aunque injustamente desconocido. Para esquivar la censura y la persecución franquistas y, tal como se señala en la galleta del disco, el nombre del autor quedó oculto por motivos de seguridad y se publicó de forma anónima bajo el título de Canciones de la resistencia española.

Así circuló durante años hasta que, en 1977, las circunstancias políticas de España hicieron posible que se pudiera dar a conocer su autoría. Este período de anonimato absoluto marcaría para siempre la obra de Sánchez Ferlosio privándolo de cierto reconocimiento por parte del público, pero dando lugar a algo quizá mucho más grande y verdadero, una cualidad que comparte con el argentino Atahualpa Yupanqui, a quien admiraba especialmente: la idea de que sus composiciones no tienen un autor porque pertenecen a la cultural popular y son parte de ese saber sutilmente filtrado en el imaginario colectivo, dueño de una fuerza no solo capaz de sobrevivir al paso de tiempo, sino también de seguir teniendo vigencia al calor de otras luchas y reivindicaciones. Quizás porque como él mismo sostuvo en una entrevista concedida a la televisión gallega en 1991, «ninguna revolución ha terminado debidamente».

No podríamos asegurar que las miles y miles de mujeres sabían que eso que cantaban durante la huelga feminista del 8M en Bilbao era, en realidad, una versión de «A la huelga» de Chicho Sánchez Ferlosio, ni que todas las personas que escuchan alguna de las múltiples versiones de «Los dos gallos» sean conscientes de quién fue su autor original. Tampoco podemos afirmar que los admiradores de Javier Krahe o de La Mandrágora reconozcan que Chicho fue quien plantó esa semilla. Pero sí podemos estar seguros de que, en su caso, el acto de creación, como sostiene Deleuze, es «un acto de resistencia» (1987, p. 6) y que la figura de Sánchez Ferlosio constituye, sin habérselo propuesto, la figura de un precursor, también en el sentido borgeano del término. El éxito de Chicho no podría nunca medirse con los parámetros habituales de un músico porque estos dependen de la industria y de cierto grado de profesionalización y Chicho no formó parte de ninguna de ellas. Nunca ganó dinero con sus canciones o, al menos, nunca ha vivido de ello. No obstante, la escena musical española —especialmente, la canción de autor y de protesta— no habría sido la misma sin su presencia. Su figura es atemporal, inclasificable, es la de un trovador, quizás el último que hayamos conocido.

Notas

Deleuze, G. (1987). ¿Qué es el acto de creación?. Conferencia pronunciada en la fundación FEMIS.
Borges, J. L. (1989). «Kafka y sus precursores». En Otras inquisiciones. Madrid: Alianza.
Trueba, D. (Director). (2009). Si me borrara el viento lo que yo canto. España: Buenavida producciones.
Uriz, F. (Director). (1977). Amanece el mañana. Suecia: Inger Etzler.