Pandemia, pandemónium. En tiempos de crisis proliferan los diablos y sus acólitos. Por ello vuelven a tener presencia las sectas dogmáticas y fideístas, ocultas e incluso «satánicas» como los «Illuminati», grupos esotéricos que vienen desde el medioevo y el renacimiento, y que reaparecen con los radicalismos de las revoluciones burguesas, liberales y neoliberales (Reagan habló de una «revolución conservadora»).

Aunque pareciera simple mito o leyenda, hay indicios creíbles de que el llamado «Club de Bilderberg» resurge y sigue todavía influyendo mayormente en los asuntos mundiales, y de que en él confluyen como miembros o invitados —masones o no— empresarios corporativos, hombres de negocios, militares y gente de poder político y mediático. Hay una lista de participantes que, desde 1954, incluye a más de 150 «personalidades», entre quienes se ha contado gente como Rockefeller, Bush, Kissinger, Pompeo o la mismísima Reina Isabel II de Inglaterra. Algunos de estos personajes, junto con directivos de la CIA, la OTAN, el BM, asistieron, en 2019, a la última reunión.

¿Qué significa para nuestros pueblos que un grupo de «miserables ricachones» del Norte, aliados a los subalternos del Sur, se reúnan para decidir lo que habrá de ocurrir para ellos y para nosotros en años por venir? Son nuevos escenarios que mucho se parecen a las reuniones coloniales de 1884 en Europa, en las que aún se repartían los territorios y las poblaciones de África, cuyos nativos podían todavía ser esclavizados.

Como parte de estos acontecimientos reaparece la discusión una vez más, desde la filosofía política y las ciencias económicas, de las ideologías de las «derechas» y las «izquierdas» (o los términos equivalentes que se prefieran) de hoy. Discusión que es inevitable y, además, necesaria, ya que contribuye a esclarecer ideas fundamentales y vías de acción. Cabe, así, preguntarse cómo se plantean estos problemas entre los actores que asisten a Bilderberg, cómo se enfrentan y resuelven sus diferencias y contradicciones, a partir del hecho de que su lugar y posiciones están dadas por la fuerza e importancia de sus propiedades y riquezas. Lo que es claro es que ellos saben cómo coincidir en la defensa de sus intereses generales y fundamentales. Hay una jerarquía «natural», piramidal. Puede más el que tiene más. Lo demás no les importa.

Quienes se han ocupado, entre otros, de hacer crónicas y reportajes y algún trabajo académico sobre este curioso y «secreto» club de colonialistas trasnochados, pero reales y efectivos, son Daniel Euslin (Los Secretos del Club Bilderberg, Barcelona: Planeta, 2007) y Cristina Martín(El Club Bilderberg: Los amos del mundo, Books4pocket, 2007). Ambos comunicadores han investigado y publicado en varios libros lo que ocurre en torno a Bilderberg, tema que podría verse como un asunto de «aristocracias» y de «sociales», si no se tratara de mítines políticos del 0.01% de las élites económicas occidentales; pero hay algo más.

Los muy poderosos se juntan para estrechar filas y rangos. Se entienden rápido y bien. De lo que se trata en esas reuniones es de saber cómo otros potentados ven el curso de los acontecimientos mundiales, cuáles son las tendencias principales en la economía, las finanzas, el comercio y las tecnologías, así como los conflictos políticos y militares desde la óptica, los intereses y las proyecciones de sus propios negocios y de los propietarios de las mayores corporaciones y fortunas.

En lo político, se exploran las estructuras y las relaciones de poder tanto en el Norte como en el Sur, los conflictos de interés, las confrontaciones y disputas territoriales, el dominio de recursos estratégicos, las guerras controladas o de baja intensidad, la producción y venta de armas, el crimen organizado, los avances tecnológicos, las orientaciones mediáticas, el terrorismo, los flujos migratorios y, desde luego, el comportamiento de las finanzas, las monedas y las bolsas. Allí, en el curso de las exposiciones, sin que se requieran acuerdos formales, los participantes rescatan información privilegiada que les permite orientar sus planes empresariales, de inversiones y de reproducción de capitales.

Ese ha sido el papel de las reuniones de Davos por medio siglo, que ahora se continúan y renuevan en el Club de Bilderberg. Las agendas suelen ser bastante flexibles, marcadas por una peculiaridad: la reserva y, según algunos, la «secrecía» con la que se manejan los temas, datos y resultados. Son mítines cerrados, de los cuales sólo trasciende a la opinión pública lo que, habiendo sido previsible, se convierte en acontecimientos reales. Es decir, lo que se veía como posible se transforma en hechos vivos, verificables.

Ahora, en tiempos de pandemia pareciera que las circunstancias son propicias para hacer avanzar el poder popular, aún en el marco del capitalismo de Estado que prevalece en todo el mundo. Sin embargo, el capital no descansa y el capitalismo no duerme, y todo se apresta para su defensa con lo que Gramsci llamaría la «última ratio», el ejército y la policía. La defensa de la burguesía imperialista está en las armas, en la guerra. ¿No se hicieron las mal llamadas guerras mundiales del siglo XX, que en realidad fue sólo una, para detener el avance del socialismo en Alemania, en Italia, en España, en Grecia, en Europa y en el resto del mundo?

Dos personajes y dos citas in extenso ilustran con bastante claridad y actualidad las ideologías que aún prevalecen entre las derechas e izquierdas de nuestro tiempo: David Rockefeller, estadounidense fundador, patrocinador y miembro vitalicio del comité de dirección del Club Bilderberg, rescató la sentencia del fundador de esa dinastía poderosa:

El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto… La bella rosa estadounidense sólo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es más bien solo la elaboración de una ley de la naturaleza y de una ley de Dios.

Frente a ese objetivo, central de la gran propiedad y el gran poder capitalista, como contrapartida, de igual modo vigente, Marx y Engels impulsaron el contrapoder de la clase trabajadora:

Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis? Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad. Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.

«Propiedad es poder y poder es propiedad». Habrá que volver, sin duda, a esta temática que va de la antigüedad al medioevo, del renacimiento y la reforma a la ilustración, del liberalismo burgués y las encíclicas papales al socialismo que gobernó a la mitad de la población mundial en el siglo XX. El francés Thomas Piketty lanzó ya, con una amplia repercusión mundial, un ensayo no marxista sobre El capital en el siglo XXI que no ha tenido, por cierto, una respuesta crítica de alcance equivalente desde las esferas académicas e intelectuales de lo que podría considerarse como una izquierda global.

De Davos a Bilderberg, los grandes propietarios buscan mantener su hegemonía tratando de evitar a toda costa que el virus de los excluidos se expanda como la plaga del coronavirus, y restituya los bienes y el trabajo de los que fueron desposeídos. Inequívocamente, en el centro de las nuevas disputas ideológicas y el conflicto de intereses entre poseedores y desposeídos está el debate sobre propiedad y poder, en sus modalidades contemporáneas, mientras se agudiza la «Lucha global de clases», como bien lo ha señalado Jeff Faux en su ensayo que lleva, precisamente, ese título. Frente a la pandemia del neocapitalismo depredador habrá de oponerse el pandemónium del socialismo democrático y popular. La experiencia histórica, apenas iniciada del socialismo, abrirá nuevos caminos. Hacia allá vamos.

Notas

Colección Grandes Magnates de la Historia. (s/f). Biografía; John D. Rockefeller: el hombre que regaló la fortuna más grande de la historia.
Marx, K. y Engels, F. (1848). Manifiesto del Partido Comunista. (s/l).
Piketty, T. (2014). El capital en el siglo XXI. México: FCE.