Los espectadores de Roma hacía cierto tiempo que echaban de menos el toque, el baile y el cante del flamenco más puro o innovador o, incluso, fusionado. Y este festival ha colmado ese vacío existente, volviendo a conquistar al público.

En el cartel de esta edición, bajo la dirección artística de Roger Salas, lucían las figuras de dos extraordinarias intérpretes del mundo flamenco: la bailaora y coreógrafa sevillana, Belén Maya, y la cantaora Mayte Martín, unidas en un inédito Déjà vu. Además, la guitarrista Antonia Jiménez y su conjunto (Flamenca’s Trío) han ofrecido un concierto único, mientras un ciclo de películas históricas y modernas del cine español ha presentado un panorama del ballet flamenco y de su evolución, una ocasión para ver en la pantalla mitos como el gran Antonio, Carmen Amaya o Antonio Gades. Y por si fuera poco, con la edición recientemente clausurada se ha dado inicio al ambicioso proyecto de dedicar una función a los jóvenes talentos -es decir, coreógrafos, bailarines, bailaores y músicos hasta los 34 años- que aportan nueva linfa a este grandioso arte.

Dos prometedores bailaores, El YiYo y el Tete, han dado prueba de la potencia del nuevo flamenco masculino, con un alarde de zapateado, con el estreno de A contratiempo; siguió la compañía de Jesús Carmona llegado a Roma tras los éxitos cosechados en América y en Asia; por su parte, Emilio Ochando ha demostrado con su grupo de bailaores Siroco las nuevas tendencias del flamenco y de la tradición española así como, no podían faltar los Nuevos Talentos del Ballet Flamenco, brioso grupo formado por Selene Muñoz, Cristian Martín, Albert Hernánez Lledó e Irene Tena. Excelente el trío musical (Pablo Suárez, José Luís López y Ramiro Obedman) de la Camerata Flamenco Project que, ejecutando su concierto Falla 3.0, ha actualizado las notas de la música universal e inmortal de Manuel de Falla animadas por el ritmo de la admirable bailaora Anabel Veloso.

La Fundación Música para Roma, en su Catedral de los Sonidos de la ciudad eterna, tendrá — y esta es una auténtica novedad — una cita anual, un ímpetu capaz de definir una programación más orgánica y de llevar al escenario la vivaz y variada actualidad del baile español experimental y del flamenco con todas sus variantes. Una excelente embajada de nuestro arte más puro.

El origen del flamenco

¿Dónde nace este arte tan español con cuna en la región de Andalucía? Ahondando en la investigación -un proyecto ya ideado y dirigido por el jerezano Juan de la Plata, estudioso de todo lo flamenco- y empezando por el origen de la danza andaluza, hay que remontarse al siglo I cuando Roma ya se encandilaba por sus sensuales movimientos. Se trata de una danza documentada por expertos de la época, que permite reconstruir su historia.

De hecho, los escritores latinos del siglo I designaban con el nombre de puellae gaditanae a unas muchachas andaluzas que, junto a otras de diversos países, especialmente de Siria y Egipto, eran llevadas a Roma para entretenimiento y, a la vez espectáculo, en los banquetes y fiestas de la élite ciudadana. Parece ser que el nombre les venía dado por ser en Cádiz donde las embarcaban, aunque algunos escritores extendían su origen a una zona más amplia y menos especificada, la legendaria Tartessos.

Y no son estas referencias latinas las primeras que se tienen sobre el tráfico de bailarinas andaluzas, los historiadores griegos ya daban cuenta de cómo, cien años antes de nuestra era, un tal Eudoxio de Cizico, hombre dedicado al comercio, partiendo de Cádiz llevó aquel singular cargamento de danzarinas béticas para exhibirlas por las costas de África. Cabe señalar que la información que nos han dejado los escritores latinos, va más allá de una mera alusión y se presenta lo suficientemente amplia y detallada como para tomar conciencia de esta pequeña pero histórica participación española en la vida social romana y, lo que es más importante, describe el primer eslabón documental sobre la danza andaluza.

Historiadores y poetas, entre los que destaca Marcial por la abundancia de datos, nos permiten seguir la huella de estas muchachas, desde que llegaron a Roma cargadas con un ligero equipaje de unos crótalos ruidosos. Lo cierto es que a finales de la República se las ve bailando en multitud de fiestas, si bien su apogeo culminaría en el Imperio. Y nadie podía igualar sus contorsiones ni la agilidad en el vaivén de sus caderas...

Desde que comienzan a actuar en Roma, las bailarinas gaditanas se convierten en la especialidad más apreciada de los entretenimientos en los banquetes. Hasta tal punto que los invitados iban de buena gana a las fiestas donde se sabía que iban a actuar. El historiador Plinio, después de reprochar a su amigo Septicio Claro el no haber cumplido la promesa de asistir a su casa a una comida frugal, añade: «...pero has preferido en casa de no sé quién, ostras, pescados raros y bailarinas gaditanas...». Se llegan a cotizar tanto de manera que el verlas actuar era privilegio de las clases altas. Las mismas canciones con que se acompañaban las danzas se ponen de moda entre los petimetres romanos. «Un hombre elegante -dice Marcial- es el que sabe tatarear de memoria las melodías de danzas alejandrinas y españolas». ¡Gran honor histórico!

¿Qué bailes eran aquellos que ocuparon la atención de la ciudad más civilizada del mundo de entonces? Pues bien, todos los testimonios clásicos coinciden en señalar la torsión como una de las principales características con las consiguientes secuelas de flexibilidad, ligereza de movimientos, elasticidad y por supuesto desenvoltura. El contoneo de caderas era otra de las características más apreciadas de los poetas latinos. Lo que más se celebraba, y parece que fue la clave de su éxito, era su carácter festivo, iocosa Gades, producido en gran parte por el sonido alegre de las castañuelas con que se acompañaban.

En conclusión, aquella era una danza individual, espectacular, con ausencia de intimidad, de carácter festivo, quiebros de cintura, movimientos ligeros y actitud en escorzos; los tan cacareados retorcimientos no eran sino esto, recursos coreográficos para obtener la belleza plástica de la figura, privilegio de la danza evolucionada. Actualmente se utiliza constantemente en la danza contemporánea, pero Cádiz ya los dominaba y ha sido determinante en todas las danzas de Andalucía. Como una exaltación a la belleza del cuerpo.