«Tengo un vecino, se llama Massimo y tiene 69 años y nunca se ha casado y vive todavía en casa de sus padres. Es una cuestión cultural, nosotros, los italianos, salimos de casa en dos ocasiones: o casados o muertos».

(Mambo Italiano)

Las ultimas declaraciones de la diputada del Partido Popular Celia Villalobos han generado (otra vez) varias reacciones sobre temas como la edad de jubilación (según ella los 80 seria buena edad), las pensiones, los jóvenes y la familia.

Mi pregunta es: ¿cómo los políticos pueden pretender que los jóvenes se independicen, se casen, hagan hijos, si no encuentran un trabajo digno y seguro?

En las últimas décadas, la transición a la vida adulta se ha alargado y ha hecho atrasar, o (en algunos casos) evitar, la experiencia de los acontecimientos que la distinguen: el final de los estudios, la independencia económica, el abandono de la familia de origen, el matrimonio y la maternidad o paternidad. Fueron estos cinco umbrales los que hicieron pensar que una persona, una vez que se crucen, se hace adulta. Si una vez la transición de la adolescencia a la condición adulta constituyó un salto bastante rápido, fijo y predecible, ahora se ha convertido en una larga fase de moratoria.

El fenómeno está tan extendido que ya en sociología se habla de una nueva fase llamada joven adulto (Scabini y Donati, 1988), o de familia larga (Scabini y Donati, 1988) y más recientemente de síndrome de retraso (Livi Bacci, 2008).

Entonces, desde una fase adolescente muy larga pasamos a la del adulto joven que sigue siendo una tarda adolescencia y de ésta a la fase de plena edad adulta, como si fuera una especie de fase preparatoria para la transición real que el joven hará más tarde cuando lo desee sin prisas.

Cuando se les pregunta sobre las causas de la desaceleración evolutiva que lleva a los jóvenes a ingresar más tarde en el rol de adultos, las explicaciones proporcionadas por los académicos destacan sobre todo el impacto de diferentes factores socioeconómicos (marginación social de los jóvenes, dificultad para encontrar un trabajo, un alto costo de vida, el de la vivienda, políticas sociales que no existen) y de tipo psicoemocional (inmadurez emocional, necesidad de independencia, poca tolerancia al sacrificio).

La ausencia de autonomía económica nos impide hacer planes para el futuro, penaliza a los jóvenes al obligarlos a permanecer en la familia de origen, lo que lleva a un aplazamiento en la formación de la propia familia. No te casas, no tienes una familia a la edad adecuada y tienes menos hijos.

Según el Eurostat, los jóvenes españoles se emancipan a los 29,4 años, tres por encima de la media europea, que se sitúa en los 26,1 años.

En el otro lado del ranking están los croatas, que lo hacen a los 31,4 años. Malta (31,1 años), Eslovaquia (30,9 años) e Italia (30,1 años) también tienen la media por encima de los treinta.

Por ese motivo mi cita inicial era porque además el motivo de emancipación de los italianos sigue siendo el matrimonio, otra variable de esta transición a la vida adulta: los rituales y las traducciones. Sólo el 45,6 por ciento de los jóvenes españoles de entre 18 y 34 años se ha emancipado, cifras totalmente diferente de nuestros compañeros nórdicos.

Lo único que podemos hacer para cambiar este rumbo es revertir este proceso que lleva a la crisis de la familia, de una familia que fundamentalmente no existe porque no se forma.

Así que, querida Celia Villalobos, menos jugar al Candy Crash, dormir en el Congreso, insultar a su chófer privado, y mas políticas para ayudar a los jóvenes.