La dinámica urbana es una fuente inagotable de transformaciones. El siglo XIX construyó las fábricas y vio crecer las ciudades, pero la necesidad expansiva del siglo XX dejó fuera de uso aquellas fábricas para construirlas en otro lugar. París, Londres y, sobretodo, Nueva YorK encabezaron este fenómeno. Y es allí, en el Soho de Nueva York, donde gracias a este hecho surge la vivienda construida en un loft. Eran los años cuarenta del siglo pasado y fue la consecuencia de una necesidad y una actitud que les urgía encontrar una alternativa a la vivienda convencional.

Los artistas, necesitados de grandes espacios y de luz para hacer su trabajo, descubrieron la oportunidad de utilizar los espacios industriales que se abandonaban. La necesidad perentoria de metros cuadrados a bajo coste y la actitud abierta, poco convencional e incluso provocadora del artista creó el concepto moderno de loft. Pero la administración, reticente, no reconocía estos almacenes tronados que se destinaban a vivienda y lugar de trabajo; en consecuencia los primeros habitantes de un loft vivieron clandestinamente, en una condición similar a los actuales okupas.

La característica principal de un loft, que originariamente en inglés significa espacio diáfano para almacenar situado bajo la cubierta de un edificio, es la abundancia de espacio flexible en un interior generoso de luz, con acabados poco elaborados –industriales en la acepción americana- y situado en áreas decadentes de la gran ciudad. Una vez transformado en vivienda, lugar de trabajo o ambas cosas a la vez, conserva sus características fundamentales, en la distribución fluida y en la expresión de los materiales. Se valora la percepción de un vivir alternativo que, renunciando a los patrones de seducción habituales, salva un patrimonio de la desaparición y aporta un repertorio cultural, materializado en los sistemas constructivos y las huellas de su uso anterior.

El fenómeno loft considera que es preferible aprovechar que añadir y, en ese sentido, entronca anticipadamente con la realidad actual del desarrollo sostenible. En lugar de malbaratar suelo urbanizable y energía, recicla aquello que ya existe. A cambio, ofrece espacios generosos, proximidad al centro urbano y la ventaja de poder intervenir, con actitud mental desinhibida, en un interior existente que lo admite casi todo.

Después de la extensión hacia toda clase de creativos y profesionales liberales, el gusto por vivir desconvencionalmente en un loft llegó a algunos ejecutivos e incluso a la clase media, en las grandes ciudades pioneras. Sin embargo, el perfil actual del usuario de lofts, por lo general, ya no es necesariamente reivindicador como fue durante décadas. La creciente asimilación comercial ha ido desvirtuando las intenciones. Actualmente, cuando las circunstancias personales permiten aspirar a un loft, basta con desear un espacio vital alejado de los clichés más convencionales, sea cual sea su procedencia.

El embrión nacido en Manhatan se ha exportado a ciudades de todo el mundo y ahora empieza a implantarse en el ámbito rural, que ofrece grandes posibilidades. Cubiertos, graneros, pajares y un amplio repertorio de construcciones agrícolas y ganaderas en desuso esperan la atención de usuarios y proyectistas imaginativos y la aquiescencia de quienes tienen que regular con acierto los cambios de uso que la nueva utilización comporta. El espacio vital fluido y el aprovechamiento de las construcciones obsoletas también es una necesidad en el ámbito rural.

Cuando la etiqueta loft –en una opción comercial válida pero que olvida la vocación alternativa ligada a la recuperación de edificios obsoletos- publicita viviendas “loft”, construidas en promociones de nueva planta, hace una trampa, incluso una pequeña perversión.

Es oportuno recordar que los postulados del Movimiento Moderno incidieron más en el desarrollo de los hábitats desinhibidos en edificios de nueva construcción que este tipo de tendencias comerciales. Pensemos, si no, en la Casa para un Soltero que Mies van der Rohe proyectó en el año 1931 para la exposición de la edificación en Berlín. Una casa de una sola planta con interiores continuos, paredes de cristal y estructura de pilares metálicos vistos, pensada para que el usuario pudiera modificar a voluntad los tabiques móviles dispuestos sin puertas, según las necesidades. Era una clara referencia a la fluencia de espacios que el propio Mies había proyectado para el Pabellón de Barcelona dos años antes.

Por mucho que le gasten el nombre con trivialidades inconsistentes, el loft va unido a unos determinados espacios y a la recuperación. Evidentemente el nombre no hace la cosa.