Ver con perspectiva algunas de las primeras películas que han marcado al cine mexicano antes, durante y después de la década de los años treinta es contemplar una serie de dicotomías que lamentablemente no han evolucionado del todo en el imaginario sociocultural: el pobre / el rico, la mujer / el hombre, el malo / el bueno, la miseria / la gloria, el valiente / el débil, lo rural / lo urbano y así podríamos continuar con una lista de fenómenos que siguen manteniendo las mismas expectativas y sus características de aquella época. De cualquier manera hay que reconocer que la época dorada de este cine nacional, como el material previo a esta etapa, mantiene una calidad en fotografía, guión, dirección, etcétera, mejor de lo producido en algunos países europeos esos mismos años.

Hay películas que por su material resultan interesantes como El automóvil gris (1919) de Enrique Rosas, la cual fue la más célebre del cine mudo mexicano y se basó en hechos reales que sucedieron en 1915, en concreto sobre una banda de ladrones de joyas quienes a su paso habían cometido varios crímenes. Actualmente, y para la época, fue sumamente innovador el incluir escenas verdaderas del fusilamiento de los ladrones, las cuales fueron filmadas por el propio Rosas en su momento —tal vez sin intención dejo precedentes de lo que sería el cine snuff—. No es de extrañar que esta película hiciera uso de elementos documentales, pues hay que recordar que el cine en México inicio sus primeras tomas con algunos personajes de la política. El primer actor conocido fue Porfirio Díaz, dictador entre 1876 y 1911.

Más tarde llegarían largometrajes como Janitzio (1934) de Carlos Navarro, Vámonos con Pancho Villa (1935) de Fernando de Fuentes y Águila o sol (1937) de Arcady Boytler. Estos tres son representantes de la tercera década del siglo XX.

En la primera película, la avaricia del terrateniente por tener a la mujer del pescador es el detonante de una serie de desgracias que llevan al humilde trabajador a la cárcel y a la desdicha. En el caso de Vámonos con Pancho Villa se proyecta la imagen idílica que tiene un grupo de campesinos por el caudillo y lo que representa la revolución para el pueblo mexicano; estos hombres deciden unirse al ejército de Villa sin importar lo que pueda pasar y encuentran, en el camino, el lado oscuro del movimiento. El caudillo los sube de nivel con cada muestra de valentía que tienen, hasta que casi uno a uno cae muerto y el último del grupo regresa a casa desencantado de todo y con un sentimiento de frustración.

La última de las tres películas, Águila o sol, recupera ese lado cómico, pero sin dejar la contraparte de tristeza (una vez más la dicotomía cultural). La historia gira alrededor de tres niños, dos de ellos hermanos de una familia adinerada y el otro es un niño de familia de escasos recursos; los tres son abandonados el mismo día en un asilo de monjas y son ellas quienes se encargan de educarlos para luego darlos en adopción a alguna familia interesada. Al momento de descubrir que serán separados, los tres protagonistas deciden irse juntos y es ahí cuando emprenden la aventura y así encuentran su hueco bajo las carpas de la farándula. Como el mismo título dice, "Águila o sol" viene de las dos caras de la moneda, pero con un valor que depende del azar, como el destino de cada uno de ellos.

El cine mexicano se puede asociar a una demanda de la clase media sobre las inquietudes de la época, una dura crítica a la sociedad de las altas esferas, a las esperanzas y a la vida, en muchos casos, poco digna de sus protagonistas, al estar condicionados a su estatus socioeconómico. El hombre siempre tiene la pretensión de ser el héroe, aunque en esa época esto representaba tener que ser parte de una clase alta y llegar a tener un carácter valiente. En comparación, las mujeres durante los años treinta no tenían un papel como el de las heroínas de los años cuarenta que se ajusta a tan solo ser heroínas trágicas, sino que en los años treinta eran un personaje casi incidencial.

En cada historia, el producto final siempre logró tener una fuerza en la trama llena de poesía y desazón, un sabor muchas veces amargo que representó al pueblo desfavorecido, quienes siempre tuvieron en mente intentar cambiarlo. No es una desventaja hablar de un cine crudo, marginal y desgarrador. La pena radica en que hoy en día México no ha cambiado mucho. Incluso política y económicamente sigue administrado por quien no debería. Las dos caras de la moneda continúan desde entonces: una política y una economía partida cada una en dos (la transparencia de carácter público y la inimaginable en lo privado).